Las fiestas patronales son un mal enquistado en la idiosincrasia peruana, uno de los legados más absurdos que nos dejó esa tragedia llamada conquista, donde los españoles modificaron nuestros moldes culturales autóctonos sin ningún remordimiento.
Para las autoridades de un pueblo, la fiesta patronal es el clímax de su vanidad, es la ocasión propicia para dar magros discursos y anunciar promesas imposibles para condicionar a los electores a un continuismo innecesario y mercantilista.
La pobre ideología que ostentan la gran mayoría de pueblos es que puede faltar todo menos una plaza de toros, un estadio y un hotel. Puede faltar un hospital, postas médicas, colegios, institutos universidades, puede faltar todo pero no un coso taurino.
Las fiestas patronales al margen de rendir culto a una deidad y que es respetable por la fe y tradición que conlleva, contrariamente también significan despilfarro de toda una fortuna, la vana presunción de quien piensa que las apariencias efímeras de unos minutos son más importantes que la inversión de toda una vida.
Un castillo de fuegos artificiales por ejemplo, es una inversión costosa que dura solo unos minutos, que puede causar serias lesiones a los seres humanos y que causa traumas indecibles en las mascotas, un castillo es la culminación de los ególatras, en pocos minutos una gran cantidad de dinero que podría servir para hacer una biblioteca, literalmente se hace humo.
Una fiesta en realidad no es más que una gran tristeza reflejada en la soledad de los habitantes que la convocan, y que, en busca de mitigar esa necesidad afectiva convocan a reuniones donde siempre el balance es contrario. Se dice que la fiesta de un pueblo rescata la tradición, pero en realidad es la deshumanización del ser humano, entre ruidos aterradores que causan gastos, entre sangre y arena que tiñe la vida de nuevas generaciones con rodeos crueles que son violentos y que no enseñan nada, rezagos de la decadencia romana y también de la decadencia de la humanidad.
Las fiestas en vez de ser alegres están llenas de smok, de cohetes, de sangre, de violencia y de antivalores y de tristeza. La fe o la religión no pueden ser un pretexto para ese desatino, Dios no necesita de esos rituales bárbaros para sentirse contento, le es suficiente con el amor que podamos darnos unos a otros.