Desde que el primen ministro italiano Silvio Berlusconi fuera mostrado por un prestigioso diario español en varias fotografías en la que se daba cuenta de sus reuniones íntimas que sostenía con sus invitados y varias mujeres, se ha hecho más famoso que cualquier primer ministro del mundo.
Berlusconi al parecer celebra de vez en cuando en su Villa Certosa, la espléndida mansión que posee en Cerdeña, fiestas privadas desenfrenadas, donde la lujuria es el plato principal, sin embargo pese a que él es un político consumado (lo que lo convierte en un hombre público) su vida y sus fiestas corresponden a su vida privada, vida de la que se ha hecho escarnio y gracias a la cual los medios europeos y de otras partes del mundo han obtenido jugosas ganancias.
Luego de la aparición de las fotografías, varias mujeres que prestaban sus servicios sexuales a Berlusconi aparecieron para obtener un poco de fama, cada una con una nueva y diferente historia, con detalles de los acercamientos íntimos y hasta con grabaciones de lo acontecido con el político en su mansión.
A Berlusconi se lo puede juzgar por el revuelo levantado por la Ley Alfano, ley que establece que los cuatro mayores dirigentes del Estado, el presidente de la República, el primer ministro y los presidentes de la Cámara de Diputados y el Senado, no pueden ser juzgados por ningún delito no relacionado con su cargo mientras permanezcan en el gobierno, sería correcto y necesario juzgarlo por esa ley inverosímil.
Junto al polémico político ha saltado a la palestra el primer ministro ruso Vladimir Putin, gracias al generoso regalo que le hizo a su amigo Berlusconi, cuando le obsequió una cama con baldaquino, la que es citada varias veces por los testimonios de las prostitutas que frecuentaban al primer ministro italiano en sus fiestas privadas.
En realidad ha sido el morbo lo que ha hecho que Silvio Berlusconi se convierta en un personaje extremadamente popular en los últimos días y ha sido también el abuso de violar esa intimidad que cada ser humano, sea quien fuere y ocupe el cargo que ocupe, se debe proteger. A un político no se le puede exigir castidad ni displicencia sexual.
Más que escándalo es envidia lo que ha hecho que la vida privada y las cuitas del político se conviertan en una saga de capítulos. Nadie ha dicho que los políticos son hombres probos, es más, tienen una tendencia aguda a ser lo contrario, a ser más bien (o para mal) hombres corruptos.
El mediatismo cibernético ha hecho que escándalos menores como el del buen Berlusconi, se conviertan en atroces delitos que generan envidias colectivas que se convierten en una bola de nieve que cada vez crece más y más y más. Y que hacen más importante a Berlusconi, Putín, una cama con baldaquina y a un grupo de prostitutas que al calentamiento global de nuestro planeta.[