Hace unos días los
peruanos nos vimos asaltados por una noticia que se hizo mediática con la
velocidad de un rayo, se trataba de un niño de 14 años llamado Vasco y que
sería el resultado del amor furtivo del cantante venezolano Guillermo Dávila y
de Jessica Madueño – una desconocida hasta ese momento pese a los roles que estelares que
se atribuye en novelas que nadie recuerda-
La madre del niño
decidió cierto día hacer mediático su caso y de pronto los canales de
televisión y las revistas de espectáculos hablaban del hijo negado del
cantante, que por cierto, era una copia fiel del presunto padre y que nada de
culpa tenía de la irresponsabilidad de sus progenitores.
La madre no dudó en llevar al niño y exponerlo ante cámaras, en hacer
que el Perú entero vea su rostro, en que su cara aparezca en portadas de
diarios y revistas. Los reportajes en los distintos canales se repetían y
mostraban a un niño tocando guitarra, emulando al presunto padre con los mismos
ojos adormitados de aquel que alguna vez le compuso una maravillosa al papa
Juan Pablo II en uno de sus viajes a nuestro continente.
Luego de muchos desplantes y de tanta prensa, el cantante aceptó venirse
al Perú para reconocer a su hijo y la madre no cabía en sí de felicidad y todo
el tiempo anunciaba “que lo único que buscaba era que el padre de su hijo
tuviera un acercamiento a su hijo y
viceversa” – Un acto maternal telúrico y comprensible, cargado de emotividad y de
lágrimas televisadas con fondo de la canción “me pongo a pintarte y no lo
consigo…-
Sin embargo cuando la progenitora vio que todo marchaba sobre ruedas
para que padre e hijo consumen ese vínculo indisoluble y eterno de padre e hijo,
le brotó el bicho de la angurria y la madre buena, dulce y pertinaz se tornó
tirana y usurera y entonces pidió un cuarto de millón de dólares por devengados
a través de sus abogados –por el tiempo que el cantante no había
visto a su hijo- además de una pensión de dos mil dólares mensuales
para aliviar la carencia paternas del pobre niño que había usado sin
miramientos en esa red siniestra de maldad y ambición.
El cantante no quiso pagar la cifra y planteó más bien la de 60 mil
dólares para justificar los años de ausencia y una pensión de 600 dólares. La
madre se mostró iracunda, lloró, acudió otra vez a la prensa, le volvieron a encender
las cámaras, le pusieron otra vez fondos musicales tristes y contó otra vez su
historia en televisión… pero esta vez la historia tenía un nuevo elemento.
Había envenenado a su hijo contra su propio padre, ya no era un tema de
ausencia o de falta de paterna, se trataba de una ausencia de dólares de una
diferencia económica, de un dolor de tarjeta bancaria. Había adiestrado al niño
para que diga “que no quiere llevar el apellido de su popular padre”.
Por su parte el artista en una estrepitosa y lamentable declaración,
herido por el chantaje calificó al niño como un "accidente" y agregó
que "realmente no tuve una relación de amor. No tenía ni una intención de
tener hijos con nadie, no es grato traer al mundo gente cuando uno no lo está
planificando".
Ahora el niño es famoso por ser negado. Ningún ministerio se ha
pronunciado por el daño moral que la madre le ha causado en su afán de hacer
fortuna y las defensorías de niños y niñas hablan mal del cantante y aplauden a
la madre, aunque probablemente ella con el daño causado no pueda dormir ni
mirar a los ojos a su hijo porque los hijos no son trofeos, porque los hijos no
son negociables.