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martes, noviembre 17, 2009

Caín y Abel




La masacre producida en La Curva del Diablo será recordada como una de las más atroces registradas en la historia, sólo comparable a la de LLaucán en Cajamarca en los albores de 1900. Los historiadores no se han puesto de acuerdo en la cantidad de mujeres, hombres, niños y ancianos indígenas que fueron abatidos por la pólvora y los sables de los militares. El motivo no fue distinto al sucedido en la Amazonía recientemente, la comunidad de Llaucán se negaba a otorgar sus tierras heredadas por la historia a los terratenientes de la época. Ciro Alegría, Nazario Chávez, Lewis Taylor, han escrito sobre esa historia.

Otra de las masacres más viles que se registró en el Perú fue la producida en Rancas a comienzos de la década del ´60, varios campesinos fueron asesinados por oponerse a la expansión minera en Cerro de Pasco. El escritor Peruano Manuel Scorza, basándose en esa tragedia, escribió su novela “Redoble por Rancas”, la que fue traducida a más de 40 idiomas y lo catapultó como uno de los mejores de América y el mundo.

A otros escritores les corresponderá juzgar los hechos sucedidos, un día se hablará de la barbarie cometida con los nativos y los policías, aquellos que murieron degollados no por las armas rústicas de los nativos ni fusilados en la penumbra de las balas fratricidas, sino aquellos que asesinaron a nativos y policías desde secretos convenios firmados en New York y de oscuras cuentas en Gran Caimán. A la historia le corresponderá hacer un juicio. Las palabras ahora suenan a vacío a un eco repetido que suena y retumba y no dice nada, excepto que un charco de sangre se ha mezclado con el río.

Los expedientes pueden abrirse y cerrarse, sin embargo eso no es determinante. La historia a de juzgar estos hechos con la paz que da el tiempo, con la piel nueva que crece sobre las heridas, por esos bordes rojizos que suelen dejar las viejas heridas cuando se convierten en cicatrices. Esa mañana hasta los pájaros se asustaron, gritaron los ríos distintos a otros gritos y las balas surcaron el horizonte para ver morir una parte de la historia.

Así se ha tatuado la tragedia, no importa el repudio de todo el mundo, al final las palabras se las lleva el viento, la pena queda, las palabras son una cometa con la cuerda rota que se pierde en la distancia.

Las leyes dicen que no se pueden tomar carreteras, que no se debe matar y nos comportamos como Caín con Abel, tampoco hemos podido esconder esas armas homicidas, ni limpiar esas manchas de sangre que van a dejarnos tatuados por siempre. No importa lo que se diga, nada suena a verdad. El aire tiene un rancio olor, las risas han quedado detenidas, solo el río suena mientras arrastra quien sabe qué, parece que el río también llora.

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