Era abril del año 2000, un grupo de artistas se encontraba reunido en una antigua casona del jiron Amalia Puga. Amalia Puga 111. La noche estrellada contemplaba desde el silencio esa reunión literaria. Se hablaba de poesía, de teatro, de los enigmas de la vida. Mauro Rojas, dramaturgo reconocido arrancaba las notas a su entrañable compañera, una guitarra que él ama tanto como a la poesía y al drama. Manuel Rodríguez, poeta que había retornado a Cajamarca después de unos años de ausencia, se lanzaba como editor de Cuervo Blanco, editorial que publicaría a varios poetas de Cajamarca. Jack Farfán, el melenudo poeta que poco después publicaría libros de verso fluido. Carlos Ascurra, joven que hoy triunfa en el Cuzco con su inspiración y su guitarra más conocido en el mundo artístico como El Hash. Un Joven abogado, compañero inseparable del arte de aquellos días, Cristian Araujo, carismático ser que pese a su juventud ya dirigía un importante organismo estatal. Víctor Portal, el entrañable pintor Cajamarquino, cuyos cuadros hoy se pierden por varios paises del mundo, silencioso observador de las figuras, pintaba aquella noche en su memoria. Coco Manosalva, profesor de arte dramático que aquella noche por esos destinos que la vida tiene marcado se encontraba entre nosotros. Edgar Malaver, joven poeta de importante verso, y un no menos silencioso personaje que hoy escribe esta columna.
La casa estaba rodeada de misterio un patio Azul impecable invitaba a sentarnos en sus blancas sillas. Al centro había una fuente en la que siete peces anaranjados se perseguían felices. La luna se reflejaba en sus aguas y reverberaba feliz. La reunión transcurría entre diálogos literarios y poesía. Mauro animado cantaba “Guitarra… Toca otra vez ahora” de Buddy Richard, Hash cantaba las tonadas que después lo harían famoso. Esa noche se hicieron barcos de papel cargados de sueños y se los pusieron a navegar en la fuente, navegaron silenciosos oyendo poesía. Después se incendiaron iluminando la noche, mientras los peces desde el fondo contemplaban el naufragio. Una Buganvilla morada recostada en una de las paredes también fue testigo de esa noche.
Se propuso la idea de formar un centro cultural, un círculo literario. Y la idea se aceptó por unanimidad. EL nombre salió de inmediato. Era un patio azul el de aquella noche, era ese el nombre que se había elegido. El Patio Azul. Aquella noche nació el grupo de arte que después se consolidaría como de los más importantes de los grupos contemporáneos. Un viejo dinosaurio de madera con base de madera sirvió de acta de fundación. Las firmas sobre la superficie de madera acabaron arruinando la pluma fuente de Cristian. Ese ícono de aquella noche fue entregado a Mauro Rojas a quién se nombró como director del grupo. El Patio Azul dio el primer grito de vida aquella noche.
Un año y días después, Alberto Benavides Ganoza se enteró del grupo, le gustó el nombre y lo tomó prestado para los festivales internacionales que por primera vez traían bandadas de poetas de la talla de Rodolfo Hinostroza, Antonio Cisneros, francisco José Cruz y Justo Padrón, Jorge Eduardo Adoum, Thiago de Mello, Piedad Bonnet, Susana Baca, Arturo Corcuera, Luís La Hoz, Jorge Díaz herrera, Germán Belli, Pablo Guevara, Marco Martos… la larga lista sigue. Eso fue mal visto por muchos. Algunos más mezquinos decían Laguna Roja y no Patio Azul… Es preciso contar esta historia para que no quepan dudas. EL Patio Azul existe, sus miembros trabajan por el arte aunque muchos no estén de acuerdo. EL Patio Azul hoy en día es un Centro Cultural, edita una revista electrónica hace tres años, cuya edición se encuentra en el número 58 con corresponsales en varios puntos del Perú, América y el mundo. La producción de sus miembros ha sido publicada en paises como México, España, Argentina y otros en donde el nombre de Cajamarca se ha hecho ya conocido.