Hace unos días un conocido personaje de un medio televisivo limeño fue puesto al descubierto cuando realizaba llamadas con contenidos intimidatorios a su ex esposa, lo que él pretextaba era que ésta no le permitía ver a sus hijos. Nada justifica la violencia, nada puede ser excusa para un acto de esa naturaleza. Definitivamente él cayó en una premeditada trampa, su violencia afloró y mordió el anzuelo de tal forma que quedó registrada en varios audios. Testimonio fiel del acto violento que había cometido.
Los grupos feministas entraron en ebullición y se hizo escarnio del otrora pulcro y acucioso periodista. Como primera medida perdió su empleo, su abogada, por cierto, mujer, lo abandonó y su caso legal se complicó de una manera atroz. Denis estaba herido de muerte, arrepentido, humillado, avergonzado. La derrota se había extendido como una sombra inmensa en toda su vida. Pero esa derrota no fue individual, sino que arrastró consigo a una colectividad que él mismo desconocía y que probablemente nunca conocerá. Los miles de casos, los miles de expedientes de padres impedidos de ver a sus hijos por la actitud canalla de la madre que considera que el hijo o los hijos son trofeos de guerra y los arrebata mezquinamente amparándose en una ley que cree que los hijos son propiedad exclusiva de la madre. Los miles de expedientes se vieron de algún modo justificados. Los hombres una vez más, así quedaba demostrado, somos irreparablemente patéticos y miserables.
El deterioro de las relaciones conyugales era un tema generado por el machismo, fehacientemente demostrado con la actitud de un personaje público y pública también su vida privada con un conjunto de grabaciones que lo delataban.
Las mujeres habían anotado un punto en esa guerra silenciosa de los sexos. Los hombres meditabundos y absortos, mirábamos anonadados el triste desenlace donde Falvy con un sobretodo negro, muy a lo europeo, era apedreado por un grupo de mujeres que también le lanzaban una serie de improperios y anatemas que hacían prever un final fatídico. Nunca Falvy pensó que una grabación le causaría tanto daño, nunca lo soñó siquiera cuando antaño cantaba y grababa su popular éxito nuevaolero “Sácate los ruleros”
Pero como la vida es una ruleta, la historia se vio teñida de otro acto, no menos violento, perpetrado por una dama, la primera dama se decía de ella. En un arranque de ira, esos arranques que ella protagonizó durante los cinco años en los que fungió de ser la ilustre dama. Un buen día uno de nuestros arqueólogos e historiador más brillantes, autor de innumerables libros y protagonista de cuantiosos descubrimientos fue llamado “pobre imbécil”… El ilustre hombre, guardó un largo silencio y aceptó el epíteto con estoicismo. “Es verdad soy un pobre imbécil por haber confiado en ella” declaró acongojado días después. Pero el acto de violencia no quedó reducido a esa escena. Días después la Dama, abandonó su palacio silenciosamente una noche. Tomó un avión y se marchó. La fiesta había terminado y ella no esperaría una despedida. Nuevamente la imagen de un hombre derrotado emergió en escena. Un agónico presidente trataba de disimular lo evidente. Había sido víctima de un abandono. Esta vez no habría denuncia de abandono de hogar ni abandono de palacio. Nuestro cholo triste y cetrino prefirió callar. Porque sabía que la vida es triste y que la felicidad es un bien esquivo, que en el amor como en la política las coyunturas a veces son temporales, que hay amores que son perros y perros que son amores. Que todos tenemos caídas, que todos por alguien lloramos, más aún cuando en nuestro camino un día se cruza uno de esos amores… Un perro, perro amor.