Antes de que se pensara siquiera en la creación de un estanque o reservorio, para desde allí canalizar el agua hacia cada uno de los hogares, existía un típico personaje que se llamaba "El Aguatero", pero a quien podríamos denominar también como el primer monopolizador del sistema de distribución del vital líquido elemento; puesto que era el único encargado de tal abastecimiento.
En Lima los aguateros, estaban divididos en dos categorías: los que trabajaban a pie, repartiendo el agua que cargaban en una pipa pequeña y aquellos que, seguramente un poco más pudientes, tenían su transporte móvil que consistía en un burro. El amo, generalmente era un moreno.
Este personaje, quería más que a sus propios hijos, a su asno. Sobre el burro, al que había enjaezado apropiadamente; el aguatero, se dirigía más de una vez a las fuentes públicas donde recolectaba el agua. Tenía que estar registrado en alguna de las parroquias del sector para poder hacerlo y luego la transportaba hacia los vecindarios y al sonido acompasado de los tañidos de su campana, anunciaba que el líquido vital estaba disponible en su repartidor móvil.
Los criados de las casas, quienes eran generalmente los encargados de que las botijas y tinajones de los hogares estuviesen abastecidas, salían al encuentro del personaje y esperando ser los primeros en ser atendidos, solicitaban el servicio.
Aparte de ser monopolizador del negocio, este personaje también pecaba de usurero, en el sentido figurativo de la palabra, pues en vez de cobrar el medio real que costaba una pipa, según la ordenanza municipal; a veces pedía hasta cuatro reales, lo que dependía de la urgencia y necesidad que mostraba el criado al solicitar el agua.
El satírico escritor Manuel A. Segura, en una de sus comedias, habla de un aguador llamado "Ño Cendeja"; quien pertenecía a la Parroquia del Sagrario y habiendo sido militar, repartía el agua marcialmente, pues seguía usando su ya casi deshilachado uniforme en ese menester.
El "aguatero", también tenía el innoble oficio de ser el verdugo de los perros callejeros, a quienes ultimaba con una vara que siempre llevaba consigo; porque según otra ordenanza municipal, así se prevenía que el mejor amigo del hombre, contrajera la temida hidrofobia o mal de rabia, enfermedad animal tan común en la época colonial, por la superpoblación canina que existía.
Con el transcurrir del tiempo, esta costumbre se tuvo que abolir pues representaba un sanguinario espectáculo, el ver al "aguatero", diezmando dichos animales a diestra y siniestra.
Años más tarde, se inventaron las vacunas y también se creó la primera empresa del agua, llegando ésta directamente a sus consumidores a través de las primeras tuberías que se instalaron; con lo cual, la nueva tecnología despojaba de su trabajo al legendario aguatero; haciéndolo pasar a formar parte de la historia y del recuerdo de una época que quedará por siempre en el recuerdo. Con ella llegaron los fastidios de los injustos recibos de cada mes, el agua llena de cloro, los cortes intempestivos y los sobreprecios… los gasfiteros, las paredes húmedas por tubos rotos…