Ellas llegaron huyendo de la hostilidad de los hombres que habían empezado a arruinar el mundo, sus blancas alas surcaron los cielos costeros para llegar a la sierra. Cuando llegaron a Cajamarca lo más cálido que encontraron fue el verde valle junto a Pultumarca, junto a los perolitos de aguas azufradas que hacían un ambiente propicio para su hábitat. El calor de los vapores emanados era tibio y suficiente.
Las garzas, el grupo de aves que conocemos por garzas (Familia Ardeidae) está constituido por unas 60 a 65 especies, dependiendo el número de acuerdo al criterio del clasificador de las especies. Todas ellas tienen las patas, el pico y el cuello largo en relación al tamaño del cuerpo. En la mayoría de ellas el pico es también agudo y termina en una punta pronunciada.
Las garzas tienen una distribución prácticamente global. Se ausentan de las regiones árticas y antárticas, y de las altas elevaciones nevadas. Son más frecuentes y diversas en las regiones tropicales. En algunas especies hay poblaciones que viven todo el año en zonas tropicales sin vagar muy lejos de donde anidan, son sedentarias. En esa misma especie hay poblaciones que anidan al norte o sur de los trópicos y migran par invernar en zonas cálidas.
En su comportamiento, las garzas demuestran afinidad al agua, sea dulce, salobre o salada. Pasan la mayor parte del tiempo próximas o dentro del agua; en la orilla de los lagos o ríos, en la costa del mar, en los pantanos, en los campos de cultivo inundados u otro hábitat donde haya agua, en los manglares, árboles en los márgenes de los ríos, hierbas acuáticas u otras plantas que crecen sobre o próximas al agua. Por eso ellas habitan durante el día en los Baños del Inca, junto a la inmensa laguna de la piscicultura, además que les es más fácil conseguir su alimento consistente en pequeños peces y algunos insectos que son parte de la fauna y micro fauna del lugar.
Una especie más resistente al clima frío surgió con el tiempo. Las garzas empezaron a habitar la ciudad desconcertadas entre el tumulto ruidoso de hombres perforando calles y entre los gritos salvajes de micros y combis en loca carrera. Un día llegaron al parque de la avenida los Héroes. Y en los añejos árboles hicieron su estancia definitiva. Al menos eso intentaban. Los árboles fueron mutilados una mañana, para sembrar postes de cemento y oscuros pasadizos curvos y sin vida. Una alameda dijeron…
La huída fue inmediata, al árbol más cercano y grande, aquel que podía protegerlas del peligro de los hombres. Ese árbol, frente a la iglesia. La Recoleta, junto a la poetisa Amalia Puga. El árbol ensimismado en su vejez y soledad las cobijó en su ramaje. Pero la Naturaleza confabulada con el hombre. Una tarde trágica, un certero rayo cayó en la copa del vetusto árbol, más de treinta garzas murieron. Las pocas garzas que quedaron, después del espanto volvieron al nido. En pacífica convivencia con el árbol y la naturaleza.
Una vez más existen comportamientos aberrantes. Un proyecto maquiavélico y digno de una novela de ficción ha propuesto erradicar a las garzas con gases. Erradicarlas o exterminarlas, para que no ensucien el parque. Porque afean a la ciudad con su blanca presencia.
Ellas mientras tanto siguen puntuales cada tarde a las cinco, retornando en blanca bandada desde los Baños del Inca a su árbol, a Cajamarca. Igual que aquel retorno, que hace siglos hizo Atahualpa del mismo lugar. Sin saber que en Cajamarca lo esperaban hombres malos para tomarlo preso, asesinarlo y dejarlo al igual que hoy a las garzas, sin aquel su feliz y último refugio.