Los peruanos hemos festejado la llegada de 366 piezas que hace cien años fueron llevadas a Estados Unidos por el norteamericano Hiram Bingham quien lanzó el nombre de Machu Picchu al mundo luego de que una familia de la zona le hiciera conocer el lugar que ellos consideraban como sagrado.
Los objetos fueron cedidos por Perú en calidad de préstamo con fines de investigación a Yale por el catedrático de ese centro de estudios, Hiram Bingham, quien descubrió científicamente Machu Picchu en 1911. – y es importante hacer la acotación de que fue un “descubrimiento científico” por que Machu Picchu estaba descubierto hacía mucho-
Italia recientemente ha devuelto a México nueve piezas de gran valor artístico y económico, que habían sido extraídas del país azteca de forma ilícita durante los años setenta y que pertenecían al período comprendido entre los años 200 a.c. y 1300 d.c. Lo mismo sucedió meses atrás cuando Inglaterra retornó un promedio de 40 piezas a Egipto, vestigios arqueológicas que habían sido extraídos de ese país de manera ilícita.
Esa primera devolución de 366 piezas que nos ha hecho Yale es ridícula si tenemos en cuenta que son un promedio de cincuenta mil las que mantiene en su poder. La universidad de Yale ha dado al Estado Peruano la “envoltura” del tesoro que Hiram Bingham se llevó, bajo el aval de las autoridades de turno en esa época y hoy se ha quedado con el “caramelo” que está representado por miles de ceramios, textiles, objetos de oro, plata y cobre que son los eslabones de la historia del Perú, esa historia que quedó desconocida por la violencia con que se dieron los hechos y que nos pertenecen a los peruanos.
Pero lo telúrico y preocupante es que en el Perú diariamente se comercializan miles de ceramios auténticos, textiles incas y objetos valiosos de la cultura peruana que son vendidos al mejor postor y que se filtran por los aeropuertos de manera indiscriminada camuflados entre productos artesanales.
El arte religioso colonial es algo que tiene gran aceptación y estima en los mercados europeos y que ha generado una corriente delincuencial de robo de piezas de arte de iglesias coloniales en donde se han sustraído objetos valiosos de oro, platería, tallas de madera, pinturas de las distintas escuelas y otra gama de obras valiosísimas.
Como si esto fuera poco, los Archivos Regionales y el mismo Archivo de la Nación han sido saqueados sistemáticamente. Miles de documentos originales que databan de comienzos de la colonia han sido sustraídos de los añejos estantes y son comercializados en el exterior del país.
Hace solo unos meses el Archivo General de la Nación fue declarado en emergencia por la fastuosa cantidad de documentos que habían sido robados de sus archivos.
La Biblioteca Nacional también ha sido víctima de la sustracción de colecciones completas de ediciones primigenias y originales que tienen un valor inmensurable y que se venden en las calles de Lima como si se tratase de libros de segunda mano.
Nos encontramos frente a una depredación cultural, una rapiña incontenible debido a las malas políticas de administración y a los bajos presupuestos que a los archivos del país el Estado destina.
Mientras tanto, nos conformamos con unas cuantas piezas que la Universidad de Yale nos devuelve, no sin antes poner una serie de condiciones y objetar argumentos inaceptables. El saqueo que se produjo después de la conquista no solo duró en la colonia o en la guerra con Chile, sino que se ha seguido dando posteriormente ante nuestra pasividad, permisividad y un letargo que lastima.