El voto femenino en el Perú ocupa hoy en día un espacio tan importante que suele ser determinante en cualquier elección democrática. Los políticos saben que eso es determinante y por eso en cada una de sus alocuciones las tienen presentes y hablan de igualdad y de una equidad impostergable y la mujer es tomada muy en cuenta, sin embargo, hace unas décadas este derecho era una utopía.
En la década del '50 nuestro país es gobernado por el general Manuel A. Odría, siendo testigo de profundos cambios en la sociedad: migración masiva del campo a la ciudad, conformación de las llamadas barriadas marginales, industrialización e incorporación creciente de la fuerza de trabajo proletaria y su organización gremial, conformación de un movimiento campesino.
El General de la Alegría, fue el típico gobernante que combinó el oscurantismo represivo y el clientelismo con determinadas capas sociales, todo ello permitido por un contexto económico internacional de cierta bonanza de posguerra. En vista que no iba a volver a reelegirse como candidato único, como sucedió en 1950, cuando perpetró una de las mayores farsas electorales que se recuerda, decidió otorgar a través de la Ley 12391, el derecho de sufragio a las mujeres mayores de 21 años que supieran leer y escribir o a las casadas mayores de 18 años con el mismo requisito. El calendario marcaba: 5 de setiembre de 1955.
Odría pensaba que el voto de la mujer era conservador, por lo que encontraría un potencial aliado. Pero, el sentimiento antidictatorial al ochenio impidió que el general se presentara como candidato. Fue así como las elecciones de junio de 1956 permitió la presencia en el Parlamento, por primera vez, de mujeres. Estas fueron las pradistas Irene Silva, Lola Blanco, Carlota Ramos, Juana Ubillús, Manuela Billinghurst, la aprista María Gotuzzo y la acciopopulista Matilde Pérez Palacio.
Eran mujeres de clase media y altas de la segmentada sociedad peruana. La segunda representación parlamentaria disminuyó ostensiblemente en el Congreso de 1963 con la sola participación de las reelegidas, María de Gotuzzo y Matilde Pérez Palacio. Igual número fue la representación femenina que llegó a ocupar un escaño en la Constituyente de 1978, con la pepecista Gabriela Porto de Power y la focepista Magda Benavides, primera sindicalista mujer en ocupar un cargo de esta naturaleza. De allí en adelante el número de representantes mujeres se incrementó en términos absolutos y porcentajes, y su variedad social y política permitió una mayor democratización de la representación parlamentaria.
A propósito, un reciente estudio sobre el voto femenino en los procesos electorales de los últimos años, realizado por Manuel Saavedra y Manuel Torrado, directores de las encuestadoras CPI y Datum, respectivamente, llega a conclusiones muy interesantes como, por ejemplo, que la participación de la mujer se ha incrementado, a tal punto que en estos momentos tanto ella como el hombre participan casi por igual en el acto del sufragio. Pero, en su concurso, es importante recalcar que sus opiniones y simpatías a veces se diferencian sustancialmente de las del hombres determinan virajes importantes.
El voto femenino, felizmente instalado en el Perú desde hace más de cincuenta años es una prueba fehaciente de la igualdad de géneros en las competencias ideológicas. Muchas mujeres, en Cajamarca desde esos tiempos empezaron a hacer historia, algunas trascendieron, otras no y un nuevo grupo generacional se encargará en los años venideros de los destinos de Cajamarca y el Perú.