Cajamarca es una ciudad que ha crecido como un adolescente, conforme se ha dado su evolución sus problemas se hicieron mayores. Hoy hemos llegado a un punto en que encontramos una ciudad irreconocible si la comparamos con aquella urbe de comienzos de los 90 por ejemplo, ni que decir de los ochenta.
El asesinato del joven David Saldaña Rodríguez ha significado para Cajamarca un acto indignante y macabro, nos hemos sumado a las ciudades de alta peligrosidad. Aquellas noticias que veíamos hasta hace un tiempo en los titulares de noticieros de ciudades enormes se han convertido en noticias recurrentes en nuestra ciudad. Cajamarca ya no es ni la sombra de aquella ciudad tranquila de inicios de los años noventa.
Hablamos de un crecimiento y de un flujo económico que ha marcado la pauta en los últimos años en esta región, de grandes centros comerciales y de un súbito crecimiento de negocios, restaurantes, bares, cantinas, entidades bancarias, hoteles; de un crecimiento despiadado del parque automotor y de una ciudad en la que convergen todas las razas y las lenguas. Hemos perdido la paz y la identidad.
Las acciones de la Policía Nacional son meros embustes para engañar cada vez más a una población que se hartó de creer y de ver como los generales torpemente ensayaban planes que nunca resultaron (recordemos el ridículo Yapanakuy). Finalmente ellos se van y los problemas se quedan. El caos en que se encuentran las instituciones policiales es explosivo, nunca como ahora la corrupción se había institucionalizado tanto en ese organismo.
El desatino constante y repetitivo frustró las expectativas de la población que ha empezado a creer en nuevas fórmulas de solución como las que brindan las rondas urbanas, que pese a los linchamientos que ejecutan y a la constante violación de derechos humanos han tenido una aceptación superior a la que deberían tener los representantes del Ministerio del Interior, aquellos gendarmes vestidos de uniforme que han demostrado ser muy eficientes poniendo papeletas y hablando por celular o contradiciendo a los semáforos para demostrar que son la autoridad.
La población perdió la fe y los ha defenestrado de sus concepciones legales, se han convertido en el santo roto que ha sido guardado en un baúl y ha sido reemplazado por cualquier acto de fe mundano, como llorar en la tumba de un ser querido o pedirle a Dios que no suceda nada malo.
Mientras tanto el hampa hace de las suyas, se pasea, convive entre la sociedad cajamarquina, la prostitución, las drogas, el miedo enquistado en los hombres y mujeres de Cajamarca, en los niños que a diario van al jardín o a la escuela, en los estudiantes de colegio, en los universitarios, en los padres de familia que esperan a sus hijos, en las amas de casa que hacen mercado en los ancianos que contemplan los días distantes.
Hemos caído en la era del miedo. La inseguridad en la que vivimos nunca tuvo antecedentes similares ¿Qué va a hacer la policía? ¿Cuál es el plan ahora? Una sirena que suena lejana anuncia que ha sucedido una nueva tragedia. Ayer Fue David Saldaña, mañana podemos ser nosotros y una vez más un uniformado saldrá a decir como de costumbre: Estamos tras los pasos de los delincuentes, su captura es cuestión de horas.
Nosotros no vamos a creerles nada ¿Qué vamos a hacer ahora?