· La tarola ha hecho más ruido con su nombre que con su percusión
Las tarolas, esa especie de tambores altamente ruidosos han constituido el problema más grande de los cajamarquinos en los últimos días. Todo empezó con una descabellada Ordenanza Municipal (336-CMPC), que “prohíbe el uso de tarolas en toda actividad pública, como pasacalles y desfiles no autorizados, debido al ruido y contaminación sonora que alteran la paz y la tranquilidad pública”.
El mundo y la vida están hechos de claves. Si en lugar de tener nuestra atención pendiente todo el santo día de lo qué y de quienes nos rodean, dedicásemos una mínima parte del tiempo a reflexionar, seguramente daríamos con algunas de esas claves que nos iban a ayudar, no solo a vivir mejor, sino a pensar mejor, sin ese ruido que ha generado la polémica tarola, hoy satanizada por un grupo de dogmáticos. La tarola ha hecho más ruido con su nombre que con su percusión.
El carnaval es una fiesta tradicional del desmán y el desenfreno, eso no va a cambiar por ninguna ordenanza que no es otra cosa que una amenaza que se la está haciendo cumplir con el uso de la fuerza y recurriendo a la represión y la violencia. Se ha confundido a la tradición del carnaval con una experiencia religiosa que nada tiene que ver con la fiesta más colorida y pecaminosa de los cajamarquinos, el carnaval.
Todas las fiestas han tenido una evolución que siempre ha significado una deformación con el tiempo debido al incremento de elementos nuevos y formas distintas de las manifestaciones antiguas. Todas en absoluto, desde las más profundas fiestas religiosas hasta las más paganas. Y el carnaval hace mucho que le añadió a sus tonadas la tarola. - Como lo hicieron los grupos folclóricos más representativos y más profundos de la región no hay banda típica, de aquellas de quenas y wiros que no use la tarola en sus composiciones-
Parece que a los funcionarios ediles se les fue el asunto de las manos y que han caído en un confuso incidente que harían bien en enmendar, como también sería meritorio desterrar esas prácticas de cuartel y esos métodos primitivos de la represión violenta a los grupos de jóvenes que solo buscan celebrar, a su manera, esa fiesta tradicional como es el carnaval.
La chicha se está perdiendo, esa bebida emblema del carnaval, las chicherías, dejaron de existir hace mucho y se convirtieron en centros de expendio de aguardiente adulterado con urea y con alcohol metílico y nadie puso el grito en el cielo por ello; el Puchero como la comida más representativa del carnaval también desapareció y nadie lloró por ello y desaparecieron las coplas picarescas para ser reemplazadas por grotescas obscenidades… No nos excusemos en la tarola como un elemento dañino a la tradición para arruinar la fiesta a miles de jóvenes.
Bajo ese ideal de tradición y de negar la evolución tendríamos que imponer a los habitantes de las zonas rurales a no usar gorras y volver al uso de sombreros de paja, a dejar los pantalones de Jean y volver a los pantalones tejidos en telar, a dejar las mochilas y retomar las alforjas; porque afectan con lo tradicional. La vida es una constante evolución y los cambios siempre duelen.
Las fiestas de hoy nunca van a ser como las de ayer y las de mañana no serán iguales a las de hoy, la vida es un constante cambio y eso es inevitable. La vida y el mundo están hechos de claves. Si en lugar de tener nuestra atención pendiente todo el santo día (y la pecadora noche) a la tarola, empezaríamos por buscar el consenso y no el enfrentamiento otros temas estarían en discusión. Todos nos equivocamos, pero no todos nos rectificamos. Mientras ello no suceda la tarola seguirá tamborileando.