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miércoles, octubre 31, 2012

Nacer y morir en Todos Santos




La vida pasa como una cascada de días, uno tras otro se los va llevando el tiempo. Cuando uno es niño la felicidad es un pan de cada día, un permanente respiro que la vida nos da de cualquier forma y como sea. Cuando se es niño uno es feliz por cualquier cosa, por la lluvia o por el sol, por el frío de la tarde o por una cometa que vuela en lontananza.

Pero el tiempo no se detiene y los cuentos que nos leen un día dejan de habitar nuestro sueño y se guardan en una biblioteca para otros que vendrán. La vida nos va varando como a los restos de un naufragio cada día y a veces suele arrastrarnos a orillas desconocidas de las que poco sabemos, a islas deshabitadas en las que nos deja para aprender que la vida no es fácil.

Somos los responsables de nuestro propio destino, de nuestros actos y afectos, de nuestros amores y desamores, de aquello tenemos y de lo que hemos perdido. Somos los únicos responsables y es ruin buscar culpables. Las horas no se detienen, ni tampoco las estaciones, los días se suceden en una larga secuencia a la que llamamos tiempo, aquel que nos va arrinconando sin que nos demos cuenta. Despacio, frágil, mientras amamos, mientras reímos, mientras dormimos, imperceptible, mientras vivimos y morimos…

Un día nos damos cuenta que mucha de la gente que conocimos una vez ya no está entre nosotros, que cada vez la muerte nos toca más cerca y hasta tenemos que cargar en horizontal a algún amigo al que quisimos. El tiempo para entonces ha hecho algunas heridas, algunos amores se han ido para siempre y son irrepetibles – en la vida todo es irrepetible-. Otros afectos nos hieren con distancias y nos volvemos más sensibles, más frágiles. Las cosas que antes podíamos hacerlas con facilidad se vuelven difíciles y es cuando empezamos a entender más a nuestros hijos y a nuestros padres, a los que muchas veces hubimos criticado con infame injusticia.

El tiempo no perdona ni olvida, tarde o temprano nos pasa todas las facturas de todo lo vivido. Somos los caminantes de un mundo al que nunca conoceremos por completo. Leemos libros a diario para darnos cuenta lo poco que sabemos, amamos para sentirnos liberados del dolor de la soledad y muchas veces nos hundimos en el llanto cuando creemos que los caminos de la vida se han acabado.

Toda una vida no basta para aprender, todo lo vivido siempre es poco. Toda la gente que nos quiso tarde o temprano se ausenta. La vida es un ciclo cotidiano que felizmente un día se termina, -que aburrido sería vivir eternamente, que tediosa y que vana la  eternidad-.

Nacer y morir es un proceso del que no nos damos cuenta. Nacemos llorando, vivimos llorando y probablemente sea igual el final. A veces nos aferramos por costumbre y tomamos pastillas para el dolor, ese que no se ve pero que se siente tanto, ese que hiere sin que nadie pueda verlo ni hacer nada.

Un día un hombre de blanco con aséptica  paciencia nos dice que nuestras condiciones no son las mejores, que más allá de nuestro peso y nuestra talla hay ciertas cosas que preocupan y que pueden ser riesgosas. Es cuando nos damos cuenta que eso que podemos llamar nuestra fecha de vencimiento está muy cerca y que más allá de las pastillas y de las inyecciones cotidianas la vida solo es un ciclo que tarde o temprano se cierra… y que felizmente, no es eterna, porque nada dura para siempre, ni la noche, ni el día, ni la más larga primavera, todo un día se termina.

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