Celendín es una provincia que a lo largo del tiempo ha destacado por la cultura de sus pobladores, grandes artistas han surgido de ese cálido pueblo que ha trascendido las fronteras del país y que hizo un nido en el corazón del mundo.
Muchos escritores, poetas notables, pintores, músicos, caricaturistas, tejedores de los afamados sombreros, militares, beatas y docentes… destacados han dejado una huella de sus raíces en todas partes del mundo. Hablar de la gente de Celendín, significaría abarcar varios tomos de tan singular grupo humano que se ha consolidado en el tiempo como uno de los más nobles de la región Cajamarca.
La perfección de sus calles denota una influencia hispana innegable, sus calles delineadas son un tablero perfecto. La influencia que tuvo de España fue canalizada a través del Obispo de la Diócesis de Trujillo Jayme Martínez de Compañón y Bujanda, quien a fines del siglo XVIII fundó la ciudad, la que surgió con casonas coloniales que hasta hoy conservan sus rasgos arquitectónicos primigenios – aunque lamentablemente Celendín no ha escapado a esa ola de demolición de casonas coloniales para construir en lugar de ellas modernas casa de concreto- y esa esencia hispana que nos traslada a siglos atrás.
Hay varias características que destacan en los “shilicos” como se les llama a los celendinos afectuosamente – así como se le dice “cajacho” al cajamarquino – una de las más notorias es la influencia recibida genéticamente sobre su raza, son blancos de piel, de ojos verdes en su mayoría y las mujeres destacan en cualquier lugar por la singularidad de su belleza - Se les atribuye una ascendencia europea, larga de explicar en estas líneas- . Otro de los atributos de su linaje es la sinceridad y la ingenuidad ligada a la bondad que se ha hecho un sello personal de un grupo de hombres y mujeres que vive en un mundo que aun no está contaminado socialmente.
Sin lugar a dudas Celendín, pese a ser un pueblo no muy extenso, es una de las provincias que tiene más producción cultural acumulada en los últimos siglos, en la actualidad habitan en esa urbe varios escritores que guardan un perfil bajo pese a que sus obras han trascendido y trascienden cotidianamente, además de otros artistas. Héctor Manuel Silva Rabanal, acaba de recibir Las Palmas Magisteriales, Jorge Díaz Herrera sigue cosechando premios y libros desde Chaclacayo, Alfredo Pita desde Francia, El Vrocha en todas partes, Kdú empezó a frecuentar las galerías con sus caricaturas, Gregorio Díaz puso a Sucre en un pedestal y los mismo hizo con Tahuán, Gutemberg Aliaga tatuó el nombre de Celendín en mil papeles e historias, Nazario Chávez escribió el nombre de Sucre en el mundo y lo mismo hizo con el de Celendín. Lo mismo hizo Julio Garrido Malaver hasta su muerte. Augusto Gil Velásquez hizo de Celendín un nombre que sonó en Europa y puso de moda el sombrero celendino en los palacios y grabó sobre diversas máquinas su nombre como una marca, gestó escuelas y otros espacios donde hoy lo recuerdan con admiración – ¿y quién no recuerda al Shuen? Con sus melodías, impecable, cargando su guitarra, y su tristeza-.
Celendín es un pueblo detenido en el tiempo, donde aún la religión católica vive en ebullición y en donde las iglesias evangélicas no han podido hacer la mella que han hecho en otras provincias, donde aún se pueden ver planchas de carbón humeando en las puertas y donde la gente no desconfía de los demás por que las buenas costumbres son su patrimonio.
El queso, el chocolate y los sombreros son probablemente lo más difundido en las vitrinas de otras partes del país, pero más allá de ello está la bondad, la nobleza y la transparencia con que los hombres y mujeres de esa tierra han sabido convivir en armonía, como lo hacen las aves con la mañana y los astros con el sol, como lo hace el viento con las hojas en el otoño y el agua cuando viaja cantarina por la tierra que Dios nos dio.