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lunes, agosto 22, 2011

Señor Wilson



A: Atom Ra

Lo conocí a comienzos de los 90 en la oficina de redacción de “El Cajamarquino”, - un periódico que ya no existe -  le gustaba escribir algunas cosas que prefería guardarlas celosamente, otras veces en la misma sala de redacción de “El Marañón” – otro periódico que ya no existe- un semanario que intentaba surgir entre la nada de aquellos años.

Yo en esos días era casi un chiquillo, él me llevaba algunos años, ya estaba en la universidad y le gustaba hablar del Grupo Rama, juraba que había hecho contacto en Llacanora con una nave de extraterrestres con un grupo de alienígenas cuando Sixto Paz llegó a Cajamarca. Tenía fotos de seres extraños que había conocido en sus periplos y aventuras.

Amaba la naturaleza con esa vehemencia que se necesita amarla, las plantas y la tierra y el misterio circundante del universo y la cosmogonía. Amaba el verde de la hierba y el azul del agua cuando está junta en grandes masas, por eso estudió Agronomía.

Las historias de ovnis en sus labios se hacían reales, sus ojos se adentraban en ellas mientras las contaba, narraba sobre el paso de los ovnis cada seis de la tarde. Los miradores desde donde eran fácil de observarlos. Wilson era un hombre simple de mirar profundo, sus ojos reflejaban la transparencia de un alma buena.

Siempre estuvo feliz, por eso lo recuerdo con alegría, con la mirada de un niño travieso que te mira luego de haber hecho una diablura. Siempre lo encontré por la calle, emocionado y expresivo, siendo el centro de la atracción de las historias que había vivido.

Un día un parte de defunción me anunció que Wilson había muerto, el amigo de las mil historias había fallecido en un acto inesperado, de esos que el destino nos depara y no avisa. Wilson estaba en esa fotografía con su sonrisa feliz – como siempre vivió – como contándole al cielo historias de la tierra que allí ya no recuerdan.

“Dicen que la muerte es una liberación, aquella noche cuando vi tu rostro en el televisor me quedé mudo, apenas pude pensar las cosas que alguna vez te oí contar, cuando la familia de extraterrestres te contactaron en ese campo donde tú los esperabas haciendo juego de luces con una linterna, aquella vez cuando te dieron tu nombre astral, ese que hoy has de usar en donde estés”.

Tus secretos siempre los respetamos, habían límites  a los que no podíamos asomarnos, pero que tú los habías traspasado. Hoy estarás en el cosmos siendo la esencia buena de otra vida en cualquier forma, en cualquier tiempo y en cualquier universo.

Aquella noche cuando vi tu rostro en la televisión anunciando tu deceso sentí mucha tristeza, me sentí como el náufrago que buscaba al Sr. Wilson en un mundo de soledad infinita, en un mundo extraño al que no pertenecía.

Te he llamado muchas veces mirando a las estrellas, se que juegas en ellas cuando caen las noches y que ahora tienes una nave desde donde nos contemplas a los que nos quedamos recordándote. A las tardes viejas del periódico El Marañón y El Cajamarquino, junto a Ramón, Paco, Kokín…

Este domingo te he visto caminar a las tres de la tarde por la calle Amalia Puga y me has sonreído, fue porque nos faltó despedirnos terrenalmente. No hubo tiempo. Por eso te escribo, para despedirte Wilson, para decirte que te quisimos mucho y aunque no estés físicamente entre nosotros te recordamos en cada línea y en cada estrella que miramos en el vasto firmamento, en cada luz que cruza el cielo y cada seis de la tarde cuando los ovnis pasan por el Cumbe Mayo.

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