La Dirección Regional de
Cultura ha iniciado una titánica labor de protección del Centro Histórico,
lamentablemente somos los mismos vecinos quienes violamos sistemáticamente el
reglamento establecido hace mucho tiempo.
Cajamarca es una ciudad
cuyo Centro Histórico tiene un origen colonial y que ha sobrevivido a distintos
procesos de cambios arquitectónicos a través de los siglos, lamentablemente esa
ola modernista que hoy la azota pretende arrebatarle el señorío de sus casonas
y la ornamentación arquitectónica que la hace única en el continente americano.
Somos expertos “sacando la
vuelta” a la ley, muchos vecinos “notables” del centro histórico demolieron las
casonas originales y las volvieron a construir sin permiso ni licencia alguna,
otros más hábiles socavaron los cimientos para derribarla y hacer aparecer como
un hecho fortuito para luego, además, culpar a las autoridades de la Dirección
Regional de Cultura.
No nos gusta cumplir la
ley, somos especialistas inventando la manera de circundarla y saltarla y eso
ha generado que la destrucción del centro histórico sea cada vez más evidente y
que hoy aparezcan muchas construcciones modernas erguidas entre las tejas de
arcilla de nuestro bello centro histórico.
Pese a que las
instituciones tutelares deberían ser las llamadas a velar por el cumplimiento
de las normas que nos rigen, esto muchas veces resulta al revés, como viene
sucediendo con una antigua portada colonial ubicada en el jirón Apurímac, en
donde fue la llamada “Casa de la Fundición“ la portada se cae a pedazos no solo
con el riesgo de desaparecer para siempre, sino constituyendo además un claro
atentado contra la vida, pues ya se han desplomado algunas piedras y otras lo
harán en cualquier momento. El predio es propiedad del Obispado, pero parece no
importarles en absoluto.
Otro ejemplo lamentable de
lo que sucede en Cajamarca es el de la Casona monumental ubicada en la esquina
de los jirones José Gálvez y Amalia Puga y que fue la casa del Obispo Grosso y
por muchos años asilo de ancianos, hoy convertida en una multicolor casona en
donde cada uno de los inquilinos o propietarios pinta, rompe elementos
ornamentales de los muros, destroza balcones o enluce con cemento sobre los
vestigios de una fachada que alguna vez lució excelsa – además de los antros que en
parte de ella venden licor toda la noche y un aserradero clandestino- .
Frente a parte de ella, la
Casa del patricio Toribio Casanova amenaza con venirse abajo en cualquier
momento.
Ejemplos como estos sobran
en Cajamarca. Como aquella casa ubicada en las intersecciones de los jirones
Amazonas y Tarapacá, la que se dejó caer adrede con la intención de construir
allí un centro comercial.
En las provincias sucede
lo mismo y con mayor incidencia, Celendín por ejemplo, en los últimos cinco
años se ha derribado y vuelto a construir con ladrillo y cemento casi el 40% de
las casas del perímetro de la Plaza de Armas.
Nos falta identidad y
mientras eso no suceda, toda acción bien encaminada como la que realizan las
arquitectas Carla Díaz y Sandra Cerna, siempre serán gritos ahogados en una
sociedad especialista en “sacarle la vuelta” a la ley y alejándonos cada vez
más de nuestra propia historia.