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viernes, julio 06, 2012

Tres celendinos fueron enterrados ayer





EN
MEDIO
DEL DOLOR
DE UN PUEBLO

Ayer en horas de la tarde miles de celendinos se congregaron a la Casa del Maestro en donde se ofició una misa en nombre de José Faustino Silva Sánchez, Eleuterio García Díaz, Antonio Joselito Sánchez Huamán y César Medina Aguilar, quienes murieron baleados por miembros del ejército el último martes, antes de la declaratoria de emergencia.

Pese a la militarización de la ciudad de Celendín los pobladores se abrieron paso entre las metralletas y fusiles para dar un recorrido a los ataúdes de sus paisanos por el perímetro de la Plaza de Armas y hacerlos recorrer, esta vez cargados en hombros, por última vez, las calles que a diario ellos transitaban libremente.

Los celendinos y celendinas los lloraron con indignación y dolor, los cargaron bajo ese cielo azul al que ellos miraban cada día bajo los ojos del Niño de Pumarume y de la Virgen del Carmen. Esta vez el camino que recorrían se acabó para siempre y una estela de gritos y de balas fue lo último que vieron antes de respirar el aire fresco de sus estertores… agónicos.

Se pueden decir muchas cosas después de esto, se pueden seguir repitiendo que los militares disparaban balas de goma, que se mataron entre ellos. Dios sabe que no fue así y quienes provocaron esa masacre lo saben también. ¿Cuántos Redobles por Rancas más tenemos que esperar? ¿Cuántas intransigencias más de quienes solo pretenden gobernar?
Sus cadáveres llenos del mundo no pudieron resucitar. Sus hermanos los cargaron por la plaza en ataúdes, en medio de llantos y silencios, bajo el vuelo de las aves que no entienden por qué los hombres se matan entre sí, unos a otros, o por qué los hombres disparan desde helicópteros a quienes piden libertad.
Ayer cuatro peruanos fueron paseados en horizontal por la dimensión oscura de una plaza pese a la plenitud del sol, las almas de las miles de personas que acompañaban estaban tristes. Y los policías callaron, y los militares callaron y los fusiles miserables se quedaron mudos por un instante; porque todos somos de muerte y tarde o temprano a todos nos van a cargar y a llorar rumbo a un cementerio.
En ciudades distantes los líderes daban discursos estúpidos y el presidente daba un discurso más estúpido y la muerte se frotaba las manos en los labios de los fusiles y metralletas esperando una nueva oportunidad.
Ayer pasearon por última vez sus cuerpos quienes fueron ajenos a un conflicto que nunca debió empezar. Ayer dejaron su sangre tiñendo de rojo la paz…
Nada va a llenar ese lugar, nada va a cambiar la historia que pasó, ahora nada se puede borrar. Solo queda seguir mirando al más allá, limpiarse las lágrimas que no nos dejan ver la luz que está cruzando… más, mucho más allá.

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