No se trata de la
adivinanza de primaria que decía “cargadas
van, cargadas vienen y en el camino no se detienen”, para referirse a las
hormigas. Desde la declaratoria del Estado de Emergencia el relevo de militares
y policías ha sido una constante, a diario se ven los buses cargados de hombres
armados que se van y otros que llegan.
La situación
generada por el conflicto se hace cada vez más intransigente y un clima de
zozobra permanece instalado en las provincias de Cajamarca, Hualgayoc y
Celendín. Si bien es cierto que la presencia de Gastón Garatea y Miguel
Cabrejos han suavizado en algo los problemas y han mejorado las relaciones
entre los grupos opositores no todos están contentos con la medida.
El radical Wilfredo
Saavedra, por ejemplo, no reconoce ni acepta la posibilidad del diálogo, Idelso
Hernández igual. Hay que destacar sí, la postura asumida por el presidente
regional de Cajamarca, Gregorio Santos, quien se ha mostrado en todo momento voluntarioso
con los facilitadores Garatea y Cabrejos y ha conducido las reuniones
sostenidas con tino y mucha prudencia.
No se trata de
echar leña al fuego, nadie quiere que Cajamarca sea un polvorín al que le caiga
una chispa, pero es preciso mencionar que la actitud del gobierno en todo el
proceso ha sido desastrosa, fallaron sus interlocutores y la estrategia del
gobierno falló sucesivamente por los métodos castrenses que aplicó Óscar Valdés
con desparpajo y desatino.
Resulta
sorprendentemente indignante que en el Baguazo, la población fue atacada desde
helicópteros de donde se disparó a matar, la misma técnica se aplicó en
Celendín, en donde murieron 4 personas que no tenían absolutamente nada que ver
con las protestas, como se quiso hacer creer después.
No se puede
mantener a un pueblo bajo el asedio militar, sitiado por la torpeza de sus
políticos y el incumplimiento sistemáticos de las leyes que deben gobernar una
nación. Las escenas diarias de comandos armados llegando, partiendo, relevando…
no le hacen bien a Cajamarca y en esto no tienen que ver los revoltosos en esto
tiene que ver el Estado. No solo los manifestantes y los paros le hicieron daño
a Cajamarca y su turismo. A sus artesanías y sus productos; hoy solo los
policías y militares que se van de Cajamarca compran quesos y rosquitas de
Campos o se toman fotos frente a las iglesias o junto a las mujeres bonitas de
esta región.
Al turismo también
le afecta el que la gente que quiere venir a Cajamarca sabe que va a llegar a
una ciudad militarizada, con policías y gendarmes que – seamos honestos- a nadie les caen bien, porque nadie pasea
libremente mientras te apuntan con un fusil al que se le puede escapar una “balita
de goma” como dijo ese ministro Calle que realmente estaba en la calle o porque
pretendió maquillar la terrible verdad, maquillar cinco muertos -patética labor la del señor Wilver Calle,
hay quienes maquillan cifras, pero el maquilla muertes-
Cuando veo esas
escenas no se qué explicarle a mis hijos, no sé cómo explicarle a mi hija Azul que
en la plaza de Celendín -esa en donde jugamos
los fines de semana mientras comemos un helado-, hay tantos hombres con
fusil mirándonos y también tengo miedo de que se les escapé una de sus “balas
de goma”, porque sé que matan de verdad, como lo saben esas cinco personas a
las que nunca conocí y a las que tampoco conoceré.