Dicen que cuando un
padre pone el nombre a un hijo le está señalando un destino, le está marcando
un camino…
La historia de
Cajamarca siempre tuvo de lado la tragedia, desde su nombre primigenio
Cashamarca, “lugar de espinas”, poco se ha sabido de los primeros
acontecimientos precolombinos más allá de una lengua cañaris hoy extinta.
Cajamarca estaba
designada para ser el punto en donde la historia del mundo se partiera en dos y
se firmara el inicio de la tragedia del nuevo continente, del continente
americano. Pizarro y sus huestes no solo
asesinaron a miles de indígenas en la gran plaza de Cajamarca, sino que se
inició el saqueo y se instaló la opresión por siglos. En Cajamarca empezó a
morir el imperio.
Ya lo decía Pablo
Neruda en su poema las agonías: “En Cajamarca empezó la agonía. El joven
Atahualpa, estambre azul, árbol insigne, escuchó al viento traer rumor de
acero. Era un confuso brillo y temblor desde la costa, un galope increíble
-piafar y poderío- de hierro y hierro entre la hierba. Llegaron los
adelantados. El Inca salió de la música rodeado por los señores. Las visitas de
otro planeta, sudadas y barbudas, iban a hacer la reverencia. El capellán
Valverde, corazón traidor, chacal podrido, adelanta un extraño objeto, un trozo
de cesto, un fruto tal vez de aquel planeta de donde vienen los caballos.
Atahualpa lo toma. No conoce de qué se trata: no brilla, no suena, y lo deja
caer sonriendo. "Muerte, venganza, matad, que os absuelvo", grita el
chacal de la cruz asesina. El trueno acude hacia los bandoleros. Nuestra sangre
en su cuna es derramada. Los príncipes rodean como un coro al Inca, en la hora
agonizante. Diez mil peruanos caen bajo cruces y espadas, la sangre moja las
vestiduras de Atahualpa. Pizarro, el cerdo cruel de Extremadura hace amarrar
los delicados brazos del Inca. La noche ha descendido sobre el Perú como una
brasa negra”.
Y verdaderamente
ahí empezó la agonía del imperio. Miles de indios se movilizaban para cumplir
con la promesa de Atahualpa de llenar un cuarto de oro y dos de plata a cambio
de su libertad, en el rescate más famoso
de la historia, y el oro llegaba de todas partes, del sur y del norte, del este
y oeste, preciosos objetos que encandilaban la codicia española y que los
deslumbraban.
El oro llegaba de
todas partes mientras los barbudos invasores se establecían en Cajamarca,
mientras se repartían los solares y delineaban calles, mientras se reproducían en
una nueva raza que iba a heredar todos sus vicios y sus taras, su ambición
desmedida y todas sus mañas.
Siglos después
cuando se consolidó la república nos dimos cuenta que los peruanos habíamos
heredado más de las mañas y de las taras de los blancos que de la raza
autóctona y digna de los incas; entonces los criollos surcaban las calles y las
casonas coloniales choleando a todo el mundo, despreciando a todos por
cualquier cosa.
Y surgieron los
grandes apellidos, los de las altas torres y más altas todavía, apellidos
concatenados con los de los abuelos y bisabuelos…. Cajamarca siempre fue una ciudad
triste desde su nacimiento como tal y ni siquiera cuenta con acta de fundación
porque nunca la fundaron – apenas con un acta de independencia,
relativa-
Hoy que la ciudad
está infestada de botas y que hay un olor fresco a sangre hermana, mientras un
mendigo pide limosna en la puerta del cuarto de rescate parece que seguimos
viviendo en la zona de espinas a la que nuestros ancestros bautizaron como Cashamarca,
quizás ellos, zahorís tiernos del alba, sabían las tragedias que con el tiempo
se vendrían a este valle de lágrimas.