Mauricio
tiene tres años, es un niño como todos los de su edad, inquieto y juguetón, se
divierte con las sutilezas de la vida y con el paso de los días. Aún no está en
el jardín de niños, por lo tanto aún es un niño libre, sin restricciones de
horarios ni tareas para la casa. Mauricio es el hijo de Marleni, la señora que
cuida a mi abuela, una mujer joven cuyo mayor tesoro es su hijo, a quien ama y
por quien da cada instante de su vida.
Hace
unos días Mauricio subió a la azotea con su madre y unas primas, un tercer piso
de una casa amplia con aleros y un patio frontal al que se asoma la luz de las
tardes por oriente para alumbrar a las plantas que mi abuela ha sembrado como
un acto de amor y de continuidad de la vida.
Mauricio
se encontraba en la azotea, jugueteando como siempre mientras Marleni, su
madre, secaba unas piezas de ropa en los cordeles de la azotea que el viento
agitaba con cadencia. De pronto un grito se oyó, se escuchó un ruido y Mauricio
desapareció de la azotea. Todos se miraron en fracciones de segundos que
duraron siglos, el niño no estaba, había caído desde el tercer piso y ahora se
encontraba tendido en el suelo del primer piso, junto a la jardinera, junto al Volkswagen
rojo en el que se estrelló primero antes de rodar hasta el piso.
Después
de esos instantes todos bajaron hasta el primer piso, saltando las escaleras de
dos en dos y hasta de tres en tres, bajar las dos series de gradas se hizo una
odisea. Todo era incierto y el ambiente rancio olía a tragedia. Mauricio se
encontraba tendido en el piso aturdido, asustado y adolorido, pero nada más. No
hubo una gota de sangre. Fue trasladado de inmediato a una clínica donde se le
practicaron horas y horas de exámenes, después a un hospital en donde se le
practicaron nuevos estudios y exámenes. El niño no tenía nada en absoluto.
Estaba muy adolorido pero no tenía una fractura ni raspón alguno. Todo era
inexplicable.
Mauricio
dice que se encontraba en la azotea y que vino su amigo Daniel –un
personaje imaginario, porque en la casa no hay nadie de su edad y menos que
tenga ese nombre – Daniel lo invitó a subir a su helicóptero pero luego
de un rato el helicóptero se cayó y con él Mauricio. Nadie sabe de quién se
trata, lo cierto es que fue el tal Daniel quien lo invitó a subir a pasear en
un helicóptero, imaginario, que luego se desplomó pero que de alguna manera,
por extraña que parezca, no le causó lesión alguna y hoy Mauricio juega feliz
por cada rincón de la casa.
Según
la literatura religiosa Daniel es el nombre de un ángel de la guarda cuya
esencia que aporta es la elocuencia – Aunque Mauricio no sabe nada de esto, pues
tiene tres años de vida y desconoce sobre ángeles, libros y esas cosas-
La elocuencia de Mauricio es destacada – se puede decir que habla hasta por los
codos, en argot peruano-.
En
la vida siempre hubo, hay y habrá cosas inexplicables, situaciones que nos
dejan absortos y que nos es difícil explicar con certeza. Lo cierto es que
Mauricio cayó de un tercer piso y no se hizo nada – al menos así lo indicaron los
exámenes, la tomografía y cuanta muestra se le sacó- Dicen que cada
niño tiene su ángel y debe ser cierto. Sería hermoso que siempre lo tuviéramos
con nosotros, más allá del tiempo de la niñez… Hoy Mauricio corretea por la
casa feliz. Yo espero que Daniel no lo vuelva a invitar a subir a su
helicóptero. No mientras no se repara esa falla misteriosa que hizo que el invisible
artefacto caiga y con él, el buen Mauricio, quien hoy sabe que todo lo que sube
baja, como lo sabe la nube, la lluvia y el mismo sol cuando amanece cada día.