La modelo Melissa Paredes, recientemente
nombrada Miss Perú Mundo 2012, renunció a la corona tras las fuertes críticas
por unas fotos donde luce un traje de “conejita”.
En conferencia de prensa la exreina
entregó su cetro a Elba Fahsbender Merino, Miss Piura. Horas antes había
afirmado que no necesitaba la corona para ser alguien y que prefería dejar el
cetro a continuar siendo blanco de rumores.
“No hay que tener una corona para ser
alguien. Mi familia me preguntó por qué renunciaba a mi sueño y yo les dije que
lo hago para sentirme más tranquila conmigo misma. Estoy orgullosa de mí misma.
He sido Miss Ventanilla, luego Miss Callao y gané la corona de Miss Perú Mundo
con justicia”, expresó la fugaz Miss Perú.
Y es
verdad que hubo un cargamontón venido de todas partes y de todos los sectores.
Las antiguas mises salieron a la palestra a hacer escarnio de la joven por el
solo hecho de haberse tomado unas fotos años antes; las fotos ni siquiera eran
ofensivas, para nada; más bien eran artísticas, trabajadas… pero más pudo la
cucufatería y la mojigatería. El rancio puritanismo que solo nos muestra como
una sociedad llena de mentirosos.
Se trataba de un concurso de belleza, no de
virtudes. Se buscaba la mujer más bella del país, no a una monja. Sin embargo
nuestros falsos valores hicieron el escudo más excelso para hacer creer que
somos una sociedad impecable y se juzgó a Melissa Paredes implacablemente y se
le hizo creer que había cometido algo más que un pecado terrible, que era una
mujer indigna.
Si con la misma vara se juzgara a los
congresistas, nos quedaríamos sin Congreso, sin sacerdotes, sin alcaldes ni
regidores, sin fuerzas policiales, sin ministros, sin autoridades municipales y
regionales, la sociedad entera como tal colapsaría. Somos una sociedad de
mentecatos.
Si bien es cierto
la belleza de los seres humanos engloba todos los aspectos, también lo es que
un concurso de belleza solo busca destacar atributos en la mujer y exponerla
como un icono solo en plano físico, eso de que debe ser casi una santa para
poseer un título tan superfluo como la mujer más bonita de un país es
irreverente y absurdo.
Un día, Kafka
estaba paseando por Praga con un amigo y le decía: La juventud es feliz porque
posee la capacidad de ver la belleza. Es al perder esta capacidad cuando
comienza el penoso envejecimiento, la decadencia, la infelicidad. Entonces su
amigo le preguntó: Entonces, ¿la vejez excluye toda posibilidad de felicidad? Y
Kafka respondió: No. La felicidad excluye a la vejez. Quien conserva la
capacidad de ver la belleza no envejece. A veces hay que ver la belleza más
allá de una simple figura.
Por ahora el Perú
ha perdido una reina que surgió de la clase pobre, una mujer a quien no le
importó devolver la corona y alejarse de todo ese barullo, ese gesto la hizo
más bonita todavía. Y Melissa entregó el cetro y la corona a una persona con un
apellido más
acorde para los organizadores de ese certamen, con un apellido difícil y con
musicalidad holliwodense.
A la sociedad
peruana todavía no le gustan las reinas salidas de abajo, prefiere a aquellas
de apellidos extraños, de linajes foráneos y de personalidades tan fútiles como
la de una muñeca inflable.