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lunes, enero 30, 2012

Los nuevos fantasmas de la antigua casa de Tarapacá y Amazonas


Hace unos meses una casona colonial de vieja data ubicada entre los jirones Tarapacá y Amazonas se vino abajo por la lentitud de las leyes y porque sus propietarios así lo quisieron. Antes que iniciar un engorroso trámite con el Ministerio de Cultura prefirieron dejar que la soledad y las goteras la derruyan y un buen día, ante el evidente peligro que representaba, un cargador frontal derrumbó la centenaria casa. Previamente se habían sacado las puertas y balcones, un aviso anunciaba que se regalaban puertas y balcones, barandas y cornisas.

Esa casa tenía un recuerdo especial para mí porque allí funcionaba la Liga de Ajedrez en mi niñez, muchas veces en vacaciones me pasé mañanas enteras jugando entre sus vetustas paredes y aprendiendo estrategias del juego de los trebejos y las casillas.

La casa enorme que allí existía tenía una historia como todas las casas coloniales, muchos dueños y traspasos, herencias y nuevos propietarios, apellidos cada vez más difusos por el paso del tiempo. Las casas siempre están llenas de historias, mucho más si tienen varios años. Se dice que las habitan fantasmas, que las almas de quienes vivieron o murieron en ellas siguen rondando sus balcones y subiendo y bajando sus escaleras. Las casas se parecen mucho a las personas. Pero esta casa ha mostrado un aspecto especial y único.

Luego de ser derrumbada los escombros de ella se recogieron sobre el terreno, infinitos adobes de cientos de años, adobes cuyos constructores habían desaparecido hace más de un siglo; entonces grandes cúmulos de tierra se reunieron en el terreno baldío, en el terreno de una casa que había muerto.

Pese a que la tierra de esas paredes estuvo por varias décadas apelmazada en grandes adobes y en muros enormes y gruesos, en la tierra había guardada semillas de algunas plantas, plantas que de no haber sido porque la tierra donde surcó su semilla fue tomada para construir adobes hubieran florecido hace muchos años, pero las semillas estaban guardadas esperando el agua buena que las germine, el designio divino que les ordene crecer y reverdecer, dar flores, frutos y esparcir su semilla. Y así fue, con la primera lluvia las semillas de esas paredes germinaron, retoñaron y han convertido la esquina del jirón Tarapacá y Amazonas en un bosque de arbustos, un lugar que de lejos puede verse bonito pero que entraña ciertos peligros.

Como nada es perfecto, primero los vagos de la ciudad descubrieron que el bosque arbustivo era el lugar propicio para un baño y se ocuparon en él diariamente, desvirtuando su naturaleza, después llegaron los alcohólicos con su pena y su desahucio y empezaron a tomar sol en media maña, finalmente las prostitutas descubrieron que entre sus arbustos podrían ejercer su oficio con libertad y así lo hicieron. Después una pléyade de seres llegó para fumar extrañas sustancias, extrañas y aromáticas.

La lluvia buena germinó la vida en ese terreno baldío, pero el hombre ha germinado varios males sobre el lugar, varias actitudes condenables que parece que a nadie le importa y que tampoco las autoridades harán algo al respecto. Probablemente de aquí a un tiempo ahí se construya un edificio por departamentos, unas galerías o cualquier otra construcción que convoque actividades económicas.

Mientras tanto otros fantasmas hoy habitan las ruinas de esa propiedad, espectros de carne y hueso que transitan a diario por ese solar que parece no importar a nadie. Donde antes hubo una casa colonial construida con mucho tiempo y mucho amor hoy solo hay un terreno tumefacto. Las casas y las personas se parecen mucho, mucho…

Balcon Interior

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