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martes, junio 12, 2012

Ese intruso que llegó sin darnos cuenta




Hasta hace un tiempo – quizás 15 años atrás – el uso de celulares no era común. En nuestro país habían llegado los primeros y tenían muchas restricciones y limitaciones, hoy en cambio se han difundido tanto que no existe nadie con más de quince años que no posea uno, y es que el uso de los celulares se ha extendido tanto que se han hecho imprescindibles, están en todas partes y nos hemos hecho dependientes de ellos sin darnos cuenta.
Hay quienes, en el extremo de los casos, portan dos o más; lo tiene un ejecutivo como un modesto ambulante, la persona que vende sentada en la esquina de una vereda o la policía de tránsito que pasa la mañana habla y habla y habla… -mientras contradice las órdenes que da un semáforo con un bullicioso silbato, de rato en rato-.

Los celulares son un instrumento inseparable, hay quienes aun cuando están en la intimidad de la ducha lo tienen a cierta distancia por si reciben alguna llamada. Es una artefacto que permite que se nos ubiqué en cualquier lugar, en cualquier momento, aún en el más incómodo -hasta en el baño, sin darnos cuenta que el eco de esa habitación siempre nos delata – aquel aparato que suena cuando no lo queremos y que cuando queremos oírlo timbrar no lo hace.

Hay quienes se pasan horas y horas hablando por él, con los brazos y orejas adormecidos contándose las cosas más extravagantes que uno imagina. Por él se acuerdan citas, se abren y se cierran negocios, surgen amores, riñas, cuitas, gritos… los celulares son impredecibles, pero muy necesarios.

Perder uno es como perder un amigo, lo apreciamos como se aprecia un hermano, en él está nuestra preciada agenda, nuestros contactos, él ha sido testigo de nuestras penas y alegrías y de nuestras más indiscretas confesiones. Un celular es un artefacto muy humano, casi un cómplice de nuestros días felices o aciagos.

Muchos acaban averiados por descuidos involuntarios, otros sumergidos en reprochables accidentes de baño – son frecuentes y muy lamentables e irreparables – otros perdidos aunque en  la mayoría de casos sustraídos en una combi aventurera o en micro badulaque. Un celular es más que un amigo, casi un hermano.

Necesitan estar siempre alimentados de energía, por eso es preciso cargarlos cotidianamente, los llevamos pegados al cuerpo. Los hombres generalmente en un estuche o en uno de los bolsillos. Las señoras en sus bolsos – aunque ya casi no los escuchan-, las mujeres de negocios siempre en las manos y las más jovencitas muchas veces en lugares muy pudorosos. Los abogados siempre a la mano y quienes están llenos de deudas lo prefieren apagado.

Ese es el celular, un intruso que llegó sin darnos cuenta, un extraño de cualquier marca o modelo –dicen que los de la China son malos, pero solo lo dicen porque son de contrabando – esos artefactos  antes tan extraños y hoy tan irremediablemente humanos, como un amigo, casi como un hermano.

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