Hasta hace un
tiempo – quizás 15 años atrás – el uso de celulares no era común. En
nuestro país habían llegado los primeros y tenían muchas restricciones y
limitaciones, hoy en cambio se han difundido tanto que no existe nadie con más
de quince años que no posea uno, y es que el uso de los celulares se ha
extendido tanto que se han hecho imprescindibles, están en todas partes y nos
hemos hecho dependientes de ellos sin darnos cuenta.
Hay quienes, en el
extremo de los casos, portan dos o más; lo tiene un ejecutivo como un modesto
ambulante, la persona que vende sentada en la esquina de una vereda o la
policía de tránsito que pasa la mañana habla y habla y habla… -mientras
contradice las órdenes que da un semáforo con un bullicioso silbato, de rato en
rato-.
Los celulares son
un instrumento inseparable, hay quienes aun cuando están en la intimidad de la
ducha lo tienen a cierta distancia por si reciben alguna llamada. Es una
artefacto que permite que se nos ubiqué en cualquier lugar, en cualquier
momento, aún en el más incómodo -hasta en el baño, sin darnos cuenta que el
eco de esa habitación siempre nos delata – aquel aparato que suena
cuando no lo queremos y que cuando queremos oírlo timbrar no lo hace.
Hay quienes se
pasan horas y horas hablando por él, con los brazos y orejas adormecidos
contándose las cosas más extravagantes que uno imagina. Por él se acuerdan
citas, se abren y se cierran negocios, surgen amores, riñas, cuitas, gritos…
los celulares son impredecibles, pero muy necesarios.
Perder uno es como
perder un amigo, lo apreciamos como se aprecia un hermano, en él está nuestra
preciada agenda, nuestros contactos, él ha sido testigo de nuestras penas y
alegrías y de nuestras más indiscretas confesiones. Un celular es un artefacto
muy humano, casi un cómplice de nuestros días felices o aciagos.
Muchos acaban
averiados por descuidos involuntarios, otros sumergidos en reprochables
accidentes de baño – son frecuentes y
muy lamentables e irreparables – otros perdidos aunque en la mayoría de casos sustraídos en una combi
aventurera o en micro badulaque. Un celular es más que un amigo, casi un
hermano.
Necesitan estar
siempre alimentados de energía, por eso es preciso cargarlos cotidianamente,
los llevamos pegados al cuerpo. Los hombres generalmente en un estuche o en uno
de los bolsillos. Las señoras en sus bolsos – aunque ya casi no los escuchan-,
las mujeres de negocios siempre en las manos y las más jovencitas muchas veces
en lugares muy pudorosos. Los abogados siempre a la mano y quienes están llenos
de deudas lo prefieren apagado.
Ese es el celular,
un intruso que llegó sin darnos cuenta, un extraño de cualquier marca o modelo –dicen
que los de la China son malos, pero solo lo dicen porque son de contrabando –
esos artefactos antes tan extraños y hoy
tan irremediablemente humanos, como un amigo, casi como un hermano.