Presley y Ethel Bradshaw fueron una pareja que se juraron amor eterno. Cuando la muerte llegó, sólo pudo separarlos por cuatro horas. Estuvieron casados desde 1938 y desde ese momento estuvieron juntos hasta su lecho de muerte. Presley y Ethel Bradshaw, de 101 y 99 años, fallecieron la semana pasada en Kentucky, Estados Unidos, de forma natural con solo cuatro horas de diferencia.
Desde el momento que la demencia senil obligó que internarán a Ethel en una residencia para ancianos en Kentucky, su esposo decidió irse a vivir al centro asistencial para no dejarla sola.
La directora del hospital recuerda que siempre se les podía ver juntos: “Él siempre estaba ahí para sujetar su mano, ponerle la manta en la cama y darle un beso de buenas noches”.
Pocos seres humanos pueden ser tan virtuosos como la pareja Bradshaw. Hoy que vivimos en un mundo de relaciones rápidas, la verdadera esencia del amor se ha desvirtuado. Los matrimonios apenas si duran unos años y como resultado tenemos hijos criados con fracturas emocionales, cargados de rencores que devienen en formas diferentes de violencia. Hoy los amores son fugaces y pasajeros. La fidelidad es apenas una palabra cuyo significado sabemos pero no comprendemos a plenitud y el amor se convierte en algo menos que un pasatiempo.
Los seres humanos siempre nos hemos referido a los animales como seres inferiores, sin embargo en el amor tenemos mucho que aprender de ellos, muchos animales son monógamos, de hecho casi todas las aves; los delfines y una gran variedad de felinos pero ninguno como el pingüino, es tan fiel que cuando su pareja muere el se deja morir. Además el macho ayuda con las crías en el desarrollo de su vida, como ningún otro animalito. Deberíamos fijarnos con más frecuencia en las relaciones amorosas de los animales.
Recibimos clases de matemáticas para aprender a sumar y restar, dividir y multiplicar; de lenguaje para aprender a hablar y escribir, para poder comunicarnos; de geografía para ubicarnos; de anatomía para conocer nuestro cuerpo y sus funciones; de biología para conocer la naturaleza; de computación para aprender a manejar ese virtuoso aparato; de idiomas para comunicarnos con gente distinta de otras geografías… Recibimos muchas clases en nuestra vida, pero no recibimos clases de amor. Pocas veces o nunca le decimos a nuestros hijos Te Amo, porque lo aprendimos así de nuestros padres y ellos de los suyos. Aprendimos erróneamente que cualquier expresión de amor estaba demás y nos hemos convertido en seres humanos fríos y truculentos.
En la Carta de San Pablo a los Corintios (13, 1-13) se habla bellamente del amor “… Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.
Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.
El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.
El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta…”
Presley y Ethel Bradshaw murieron después de 74 años de matrimonio, juntos, porque se amaban. Tal vez si los seres humanos pudiéramos amarnos los unos a los otros un poco más, la miseria del mundo se resentiría y partiría, porque donde hay amor no cabe nada más que la paz y la virtud.