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viernes, febrero 17, 2012

Carta a Azulita


Antes de ti el mundo había perdido sus colores para mí y apenas lo veía en blanco y negro, en tonos grises que desdibujaban mis días. Aun entonces no había visto tu rostro por primera vez. Mamá y yo, sabíamos que te íbamos a llamar Azul y que los días cada vez nos acercaban más al momento de ver tus ojos por primera vez.

Cuando naciste, una tarde de febrero, llegaste con tu piel arrugada, mirando en silencio lo que sabías era una vida nueva, tendida junto a los brazos de mamá mirando entre tus largas pestañas los días nuevos de un mundo al que no conocías. Habíamos decidió llamarte  Azul, como el libro de Rubén Darío, como el color del mar; azul como el cielo, como la luz de los astros más distantes que surcan el universo. Y así te llamamos. Azul.

Desde entonces el mundo se hizo de colores y el silencio se quebró con tus gritos y tus risas. Cuando menos lo esperaba estabas andando a gatas descubriendo ese universo de posibilidades que habitan en el piso de una casa; en los zócalos, persiguiendo a cada insecto como si se tratase de un juguete, recorriendo los espacios que los adultos no recorremos porque el tiempo nos convirtió en seres extraños que no podemos sentarnos en el suelo  por eso que llamamos pudor o que no podemos perseguir a nuestros sueños en la vida por temor a extraviarnos o a equivocarnos.

Cuatro años es un tiempo muy breve, por eso cuando miro en tus ojos veo el resplandor de tu alma, tu sonrisa dibuja caminos nuevos de felicidad cuando te vemos feliz. Cuando descubres que el mundo está más allá de un puñado de días continuados, cuando dibujas las mil cosas que ves y tus manos manchadas de colores crean otros paraísos hasta los que nosotros descendemos.

Me gusta leerte tus libros de cuentos, explicarte las historias que otros hombres y mujeres escribieron para ti sin conocerte. Hablarte del lobo feroz, del conejo de la suerte, de Alicia y su país, de Jack y el frejol mágico, del astuto gato con botas, de los cuentos de la abuela junto al fogón en el zaguán… Me gusta inventarte mil historias mientras tú me escuchas con atención. Cuando gritas feliz, cuando ríes, cuando persigues a Blanca Pelusa por todos los rincones de la casa y a tu imaginaria gata Susy; cuando me dibujas en tu cuaderno aunque me parezca más a un ser espacial que a la persona que realmente soy.

La vida está hecha de fracciones, de tiempos que a pesar de todo se van uniendo como un todo en medio de los días, en ese río largo e inagotable de las horas. Tú deshabitaste el ruido de los ríos siderales para habitar un día 18 de febrero entre nosotros  hace 4 años, entre el amor que habíamos reservado esperándote en este lugar al que también llamamos planeta azul, aunque hoy solo sea un mundo gris que se termina.

Tus ojos son las puertas que se abren cada mañana y por donde el alma de quienes te amamos ingresa hasta tu corazón para oírte cantar como Hannah Montana o Justin Bieber, para verte saltar y bailar. Guardamos cada uno de tus dibujos, de tus líneas de colores explicando algo en un papel. Eres el ser que pintó mi mundo de colores, eres la estrella que esperé que llegara hasta mi alma tanto tiempo.

Los caminos siempre están en nuestra vida, hoy estamos juntos, hemos unido el regreso de nuestros días para hacerlos un nudo. Hoy velo tu sueño y alejo tus temores, pero mañana cuando hayas crecido y tus alas se abran para volar yo ya no podré seguir contigo, aunque seguiré siempre tu vuelo a la distancia no podré seguir tomando tu mano en ese viaje hoy imaginario.

La vida es un designio que tenemos que aprender a entender. Tú acabas de empezar a andar por un camino que yo ya recorrí y si un día ya no me ves entre tus días, solo habré cumplido el designio de la naturaleza y del amor, el de renovar el tiempo y el espacio para dejarte seguir en un mundo mejor. Porque tú resumes todo el amor que puedo dar, todo el amor del universo con el que despierto cada mañana y sueño cada tarde, para sembrarlo cada noche. Porque tú eres en fin… la enmienda absoluta de todo lo que la vida alguna vez me negó, porque cuando veo tu sonrisa vuelvo a creer que existe Dios.

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