Desde que empezó el rescate de los 33 mineros atrapados en las profundidades de la mina San José de Copiapó en Chile, los ojos del mundo estuvieron fijados en la operación. Los pobres mineros tuvieron que pasar los primeros 17 días famélicos y en tinieblas antes de que fueran descubiertos con vida luego del derrumbe. Felizmente la operación de rescate fue un éxito y los 33 hombres volvieron a nacer.
Todas las historias tuvieron un final feliz, todas ellas colmaron de felicidad a los familiares de los rescatados quienes pudieron ver a sus seres queridos después de más de dos meses. Todas excepto una. La historia que tuvo más bien un final poco feliz fue la de un hombre de cincuenta años llamado Yony Barrios, quien hizo de enfermero durante los 69 días de encierro que sufrieron él y sus 32 compañeros –desde niño aprendió a poner inyecciones porque su madre era diabética, por ello fue designado para enviar reportes diarios sobre la salud de sus compañeros y suministrarles medicamentos- .
El infortunio le llegó a Barrios cuando en el tumulto de familiares atribulados y afligidos por la infausta noticia de los acontecimientos, se encontraron dos mujeres desesperadas pronunciando entre gemidos el mismo nombre y buscando al mismo hombre. Yony Barrios. Dos mujeres que evidentemente no se conocían y que acababan de descubrir en medio de ese bullicio que las dos fueron timadas por el minero infiel.
Una era la esposa hacía 28 años; la otra, la desafortunada mujer engañada, la amante, la que carecía de legitimidad legal pero no de de legitimidad para amar, quien además narraba a todos los preocupados familiares de los otros mineros que su relación con Barrios se remontaba a 5 años atrás y que lo amaba.
La tragedia había puesto en serios aprietos al pobre Barrios quien se enteró de que la mala suerte se había ensañado con él, cuando estaba aún atrapado y con remotas posibilidades de salir de esa caverna malvada.
Sin embargo Barrios logró salir airoso de su entierro, pero en la superficie le esperaba una nueva encrucijada. La mujer con la que tuvo 28 años de matrimonio no había ido a esperarlo, no estaba presente en el plan de subida. Barrios fue el minero número 21 en ser rescatado y quizás mientras se producía su rescate le sucedía lo que suele suceder a quienes han cometido una canallada y no quieren volver a casa, evadirse, desterrarse a un confín solitario del mundo.
De nada le valieron al minero infiel las 60 cartas que envío hasta la superficie pidiendo perdón a su esposa por su mal comportamiento. La decisión de Marta Salinas estaba tomada y no tuvo marcha atrás, probablemente el desenmascarado Barrios fue el minero menos interesado en salir de ese conducto subterráneo en el que permanecieron atrapados tanto tiempo los mineros, al fin y al cabo, en su encierro estaba seguro y lejos del alcance de las mujeres que lo amaron en paralelo.
Al minero número 21 la suerte había decidido abandonarlo el 5 de agosto y el infortunio le tenía reservada una maquiavélica emboscada. El día del accidente a Barrios no le tocaba trabajar pero uno de sus jefes le ofreció hacer un doble turno y él aceptó. Luego se produjo el derrumbe y él quedó atrapado junto a sus compañeros, esa situación desencadenó que su clandestina relación sea descubierta y que – por falsa moral o por envidia ha sido criticado entre sonrisas por el mundo entero – su matrimonio de años colapse irremediablemente.
Cada minero rescatado es una historia diferente. Luego del rescate se producirán bodas y divorcios, lágrimas y risas, novelas y películas. Pero a Barrios le circundará, a partir de ahora, la fama –merecida- de Casanova, infiel, desleal, ingrato y quizás sea entre todos los rescatados el menos feliz en esta historia con un final de novela para el mundo entero; lo bueno de todo esto es que Barrios no tiene hijos y que el único que pagará esa deserción infame del amor será él, al menos siempre y cuando una multinacional no se anime a pagarle una fortuna por los derechos de su singular historia de infidelidad e infortunio.