Leer un libro y
adentrarme en otro mundo, buscar entre sus hojas las calles que nos conducen a
otra vida y meterse por esas ciudades desconocidas que quizás nunca conoceremos
o en las que podemos un día acabar muriendo. Leer un libro siempre es una buena
opción para el olvido, da lo mismo leerlo en cualquier parte –tú
sabes mi lugar favorito, por eso no voy a decirlo- Leer un libro o
volver a él es siempre emocionante, los libros son quizás los únicos lugares a
los que siempre deberíamos regresar, aunque hayan pasado años, ellos nunca
cambian.
Tomar un café
frente a la tarde, como los que solíamos tomar con Santiago a quien le he
perdido el rastro hace tanto tiempo, tomar un café con él siempre era
agradable, siempre un alivio. Tomar un café en silencio para despercudirme de tu
nombre y tu recuerdo y empezar a olvidar que alguna vez exististe.
Dormir profunda e
inevitablemente cuando la lluvia cae en el tejado y hace un ruido casi
imperceptible. Dormir también es una forma de adentrarse en otro mundo y jugar
con la muerte. Dormir, pero de forma natural, a lo mucho alcanzar el sueño
después de haber bebido una infusión de Valeriana, o mejor aún, haber leído
hasta las cuatro de la mañana hasta no recordar los últimos renglones del libro
que también se ha dormido en nuestro pecho.
Seguir el vuelo de
las moscas, verlas surcar el firmamento de una forma breve como su propia vida,
hacer sus danzas y piruetas, posarse en todas partes sin el menor remordimiento
y verlas frotar sus patas delanteras con un aire de felicidad. Viven tan poco y
siempre acaban burlándose de nosotros, posándose en nuestro rostro
inoportunamente, en nuestra comida, en nuestro momento solemne. Encima pueden
volar, son libres, hacen lo que ellas quieren y lo más importante… no se
enamoran.
Enfundarse en un
abrigo y tomarse una bebida salvaje, una bebida que recuerde a una canción de
Julio Iglesias o a la más triste melodía de Raúl Di
Blasio, pero beber hasta que la bebida se haya cansado de nosotros y no nosotros
de ella. Ya los días juveniles se han ido con el último otoño y apenas quedan
ganas de ser feliz en uno de los últimos rincones.
Escribir bajo la lluvia las cosas que no se hicieron, o escribirlas en
un papel y ponerlas frente a nosotros, para verlas a cada instante y recordar
que tenemos pendientes con la vida y que hay que arreglar ciertos asuntos antes
de que venga a buscarnos esa dama que llaman muerte y que tanto se parece al
sueño.
Esconder tus fotografías aunque no pueda borrarte de mi mente, pero de
alguna manera hay que empezar y el hecho de no verte ya es una victoria, una
ganancia insospechada, un camino hacia el olvido.
Por eso en estos últimos días he leído, he dormido he seguido el
incansable vuelo de las moscas, me interne en algún rincón casi secreto y lleno
de olvido enfundado en un abrigo, escribí bajo la lluvia y escondí tus
retratos, aunque no me acostumbro, sé que es cuestión de seguir intentando… ya
solo me faltan 993 formas de olvidarte, pero tener ya siete es un buen
comienzo, una ganancia, un buen camino hacia el silencio inmenso del olvido.