Los seres humanos
nos parecemos mucho a los lepidópteros, esos insectos que aman y buscan la luz
aunque esa intención, la mayoría de veces, les cueste la vida. Las polillas
suelen acercarse a la llama de las velas hasta quemar sus alas y mueren
calcinadas en un patético espectáculo de chispas y muerte.
Los seres humanos
siempre hemos buscado la luz desde nuestros más primigenios orígenes, desde el
primer fuego que el hombre primitivo llevó a su cueva para abrigarse, algo
mágico descubrió en él más allá del calor y la luz que podía obtener de ese
fuego casi sagrado.
Años atrás, cuando
la energía eléctrica no existía o si existía aun no llegaba por estos lugares,
las casas se alumbraban con lámparas o candiles durante las noches, entonces
esa luz se convertía en un sol de un microcosmos en torno al cual se congregaba
la familia y entonces, como si de un trance místico se tratara, empezaban a
brotar historias larguísimas, muchas veces inventadas, otras en cambio
reflejaban los temores más profundos que tenemos los seres humanos en la
oscuridad y entonces como un velo que se cae desde la luna empezaban las
historias de almas, duendes, hechizos y encantamientos.
Otro punto clave en
torno al cual surgían las historias más raras y espeluznantes eran las que se
daban en torno al fogón de las casas, en donde, mientras se comía, se contaban
historias y leyendas, tradiciones y creencias que habían sido heredadas, muchas
veces como único patrimonio, de generación en generación. Las historias chisporroteaban
como las briznas del fogón y los tizones encendidos parecían avivar el recuerdo
del narrador o narradora y se despeñaban por la noche como una sombra de miedo
que cubría a los oyentes.
Jorge Pereyra ha
escrito un libro titulado “Leyendas, creencias y costumbres cajamarquinas”,
editado impecablemente por el Fondo Editorial de la UPAGU. Las historias que
reúne el libro nos trasladan a otra época y nos sumergen en el mundo místico de
lo etéreo y sobrenatural que siempre nos circundó como si se tratase de un
fragmento de nuestra raza.
Siempre hemos
vivido entre las historias de los abuelos arrancadas en torno a los fogones de
los zaguanes, esos en donde se humeaban los jamones y en donde las historias se
hacían fáciles en medio de la noche porque el miedo nos tenía atrapados.
La oralidad de las
tradiciones ha sido acaso la mejor manera de mantener nuestras historias vivas
y vigentes, somos el resultado de un sinfín de tradiciones y creencias.
Desde la
inexplicable, pero efectiva limpia con huevo o periódico, hasta las historias
de aparecidos y de frailes sin cabeza. Como cualquier cultura del mundo tenemos
una carga de tradiciones que han sobrevivido en el tiempo gracias a que se han
transmitido oralmente, probablemente variaron en ese tránsito, perdieron o se
añadieron elementos, pero la vigencia que tienen ellas en cada uno de los
cajamarquinos es innegable.
Lamentablemente la
tecnología nos ha deshumanizado mucho y nos hemos convertidos en seres menos
colectivos y más solitarios, tan solos que apenas si conversamos con nosotros mismos.
JAP - Presidente de
la Asociación de Poetas y Escritores de Cajamarca (APECAJ).