A
“Bronco”, quien murió a los 56 años perrunos, por la maldad de uno de sus más
perros vecinos.
En Celendín existe una
compañía de bomberos que ha tenido actuaciones notables en varias emergencias
sucedidas en esa provincia, no solo en la atención de emergencias de incendios,
sino también en rescates por accidentes vehiculares. Hasta hace unos días
existía entre los miembros de ese Cuerpo de Bomberos un can noble de blanco
pelaje y de linaje desconocido, grande y fuerte e identificado con la labor de
los bomberos de manera notable.
Vivía en el local de la Compañía de Bomberos de
Celendín, ubicada en el jirón Dos de mayo a unas cuadras de la Plaza de Armas,
más de una vez fue estrella en rescates difíciles y otras hasta fue protagonista
de carátulas de medios de comunicación y posaba calmo en imágenes de canales de
cobertura nacional que daban cuenta del trabajo de los bomberos de Celendín.
Hace
un tiempo le cortaron el presupuesto para su manutención, quizás las personas
alejadas a sus proezas desconocían que el can era casi humano, que era uno más
del Cuerpo de Bomberos y que no pedía nada más que un poco de comida. Cuando
oía la sirena del vehículo de bomberos saliendo a cubrir una emergencia, de
inmediato se abalanzaba sobre la unidad y se iba con ellos a donde fueran, se
deslizaba por las pendientes sin dificultad cuando había que rescatar cuerpos
de trágicos accidentes y el temor parecía no estar en su genética.
El
perro era querido por la comunidad, una vecina generosa se encargaba de
alimentarlo, de saciar su hambre y su sed diariamente. Ya que el presupuesto de
la Compañía no alcanzaba para alimentar a un perro pese a que era un bombero
por toda su vida, es decir, 8 años.
Un
día, un vecino, de esos que nunca faltan y que están deshumanizados porque
nunca les dieron amor y porque suelen odiar porque nunca nadie los amó decidió
envenenar a “Bronco” y poner fin a los días del perro bombero de Celendín, el
pobre perro agonizó terriblemente y ya nada pudo hacerse por él, después de una
larga agonía murió.
Mientras
escribo esta columna y pienso en “Bronco” el perro al que conocí por varios
años y al que de alguna manera empecé a querer y admirar me siento triste
porque debí escribir de el buen Bronco hacía mucho tiempo, - se lo había prometido a mi
hija Azul, de cuatro años, quien ama a los perros y a todos los animales en
general…-
Y
me siento más triste aun cuando veo en la televisión a un perro llamado “Julio
Iglesias” que tiene un monumento en Lima y que es un perro policía y además ya
capitán, que es querido y que es amado por toda una comunidad y que tiene una
vida feliz y el reconocimiento pleno de toda una institución, además de una
alimentación asegurada y digna.
La
vida, pienso, no es igual ni siquiera para los perros, también en ellos la vida
a veces tiene chispazos de suerte, también con ellos a veces es inmensamente
desigual, mezquina y cruel.
Mi
hija Azul me dice que está infinitamente triste por la muerte de “Bronco” yo
estoy más triste todavía porque sé que lo mataron, por eso la tomo en mis
brazos mientras miramos al cielo y vemos en las nubes la silueta de un perro
blanco, grande y noble como “Bronco” lo era, una nube que el viento arrastra y
desdibuja, como la vida misma lo hace también con nosotros.