El pueblo de
Celendín celebra cada 14 de enero la fiesta del Niño Dios de Pumarume, un niño
en bulto que no es grande ni pequeño y que tiene una expresión profunda en su
mirada.
Yo lo conocí hace
unos años, lo conocí en circunstancias complicadas en las que suelen
presentarse siempre en la vida. Una noche soñé que conversaba con un niño que
llevaba puesto un sombrero en las ruinas de un cementerio, el niño era pequeño
y de cabello ensortijado, de profunda mirada y de sabias palabras. Pasaron unos
meses y circunstancias personales e inesperadas me llevaron a Celendín y fue
entonces cuando lo conocí físicamente en su antigua capilla, una casita modesta
de abobe convertida en un santuario, allí estaba él con esos ojos que parecen
verlo todo y con ese rostro dulce que a veces parece risueño y otras
profundamente triste.
Cuando lo reconocí
no podía comprender porque lo había soñado meses antes, pero entendí que algo
había en esa efigie tan adorada por toda la gente de Celendín. Al Niño Dios de
Pumarume se le atribuyen muchos milagros y sus devotos se cuentan por miles,
cada año se reúnen en torno a él los primeros días de enero para honrarlo.
Personas de todas partes llegan hasta el paraje que se encuentra a solo unos
minutos de Celendín para hacerle una fiesta que va creciendo con el tiempo.
El origen de la
efigie del niño es un misterio, se tejen versiones distintas sobre su origen y
siempre se imponen las leyendas que mitifican la religión y que buscan explicar
el origen de todas las cosas. Lo cierto es que el niño está ahora en un templo
moderno construido para él a solo unos metros de su antigua morada, cuidado
tiernamente por doña Luchita Gómez, una persona dulce de edad indefinida y que
habla del niño con adoración y vehemencia.
Después de la
Virgen del Carmen, la festividad del Niño Dios de Pumarume constituye la
festividad más importante de la provincia de Celendín, una feria se instala en
torno a la capilla y los fuegos artificiales se confunden con el griterío de
comerciantes y devotos que hasta pernoctan en el lugar en torno a la moderna
iglesia que se le ha construido con el aporte de la hermandad y de quienes
saben que el niño es milagroso y castigador como suelen decir las personas del
lugar.
Si bien el origen
del niño es un misterio, no lo es la cantidad de milagros del que la gente le
atribuye y es probablemente la única ciudad en la que se pueden encontrar
prendedores, medallas, afiches, posters y fotografías del niño con una
diversidad de trajes, sombreros y gorras, ponchos y vestidos. El Niño Dios de
Pumarume de Celendín es uno de los íconos religiosos más importantes del norte
peruano.
Dicen que lo
hallaron en un desierto, es la leyenda más popular sobre su origen, aunque ello
no ha podido demostrarse; dicen que suele escaparse de su templo para realizar
ciertas andanzas y diligencias, aunque ello tampoco ha podido demostrarse; lo
cierto sí es que suele adentrase en los sueños de los devotos durmientes a
veces vestido de poncho y otras con vestidos ataviados con bordados y otros
adornos y orientar la vida de aquellos que creen en él, que le piden con fervor
o que creen con devoción en su madre.
El Niño Dios de
Pumarume es una suerte de principito encantado que congrega a miles en torno a
él y que identifica a un pueblo entero, un ser mítico y real que sabe de la
tragedia que hoy atañe a su pueblo y que todo ello se refleja en su mirada, a
veces como un charco de culpa y otras veces como un mar de esperanza.