La idea de la
Municipalidad Provincial de Cajamarca de cercar la pileta de la Plaza Mayor o
Plaza de Armas de Cajamarca resulta muy apropiada luego de los hechos que
sucedieron el año pasado en donde un grupo de vándalos la tomó por asalto y
trepados en ella le causaron serios y graves daños al monumento que
recientemente había sido restaurado con una fuerte inversión económica.
Lamentablemente
tenemos serias carencias culturales y prueba de ello es el irrespeto con que se
tratan a los monumentos durante el ingreso del Carnavalón, las huellas hechas
con esmaltes y diversos tipos de pinturas se quedan impregnadas a lo largo de
la ruta por dónde atraviesa el dantesco espectáculo.
Pese a que existían
videos y fotografías de los destructores trepados en la pileta nadie fue
sancionado ni juzgado siquiera por el lamentable suceso, hubo mucho ruido y
pocas nueces.
El facilismo con el
que algunas autoridades actúan es sorprendente, el año pasado luego de los
tristes sucesos se trató de culpar a la Dirección Regional de Cultura como si
la arquitecta Carla Díaz fuera la responsable de los permisos municipales que
autorizan esos lamentables espectáculos bajo el aval de una fiesta popular y
tradicional.
La escaza cultura
de muchas familias se evidencia y hasta se firma, como aquellos que se apoderan
de las vías públicas con el pretexto de “guardar lugar” para ver espectáculos
como los desfiles y concursos de comparsas y patrullas y además de poner una o
varias bancas en la vereda tienen la desfachatez de escribir el apellido de las
familias infractoras en los muros de las iglesias, por ejemplo. Ese tipo de
actuaciones condenables merece una sanción ejemplar y la municipalidad puede
hacerlo y la Policía Nacional y el Serenazgo tienen la obligación que hechos de
esa naturaleza no se repitan como suele pasar todos los años.
Podemos negar si
queremos que todos estos hechos suceden por nuestras limitaciones culturales,
más allá de nuestra tradición y la esencia popular, lamentablemente nos falta mucho
para semejarnos en algo siquiera a otros carnavales y fiestas populares que nos
llevan años luz, como sucede con la fiesta de La Candelaria, solo en esa fiesta
se mueven cincuenta millones de dólares, en nuestro carnaval no llegamos ni a
uno y con serias dificultades y muy poca transparencia.
El carnaval se ha
degenerado y se ha convertido en grandes borracheras colectivas al son de unas
coplas cada vez menos virtuosas, si bien antes la picardía de sus versos eran
atractivos y coloridos renglones creados para divertir hoy son un puñado de
vulgaridades que violentan la imagen de la mujer, la ridiculizan y resultan
patéticos y vergonzosos mensajes impropios de ser cantados en cualquier reunión.
En conclusión, una
fiesta a la que consideramos como la más representativa y que debería ser la
síntesis de nuestra tradición y cultura, es todo lo contrario.
En un mundo que
agoniza seguir talando árboles para sembrarlos de nuevo y bailar alrededor de
él resulta una aberración.
Si bien algunas
tradiciones, como la elaboración de la chicha y de ciertas comidas propias de
carnaval se mantienen vigentes, la gran cantidad de ellas se han perdido y
desvirtuado y extrañas fusiones surgen dejando una estela triste y vergonzosa.