Según una encuesta
recientemente publicada, nuestro país está entre las 10 naciones más optimistas
de un total de 54, donde Colombia es primero, seguido de Malasia, Brasil y
Arabia Saudita.
La encuesta mundial
realizada en 54 países, a un total de 56,625 personas, sobre la felicidad y la
expectativa para la economía en el 2013, ubicó al Perú en los primeros lugares.
De acuerdo con el
Barómetro Global de la Esperanza y la Felicidad de la consultora Win, difundida
por Datum Internacional, Perú, además ocupó el sexto lugar en el ranking de los
países, cuya población espera para el 2013 una mejora en su economía.
Lo que la dichosa
encuesta no explica es a quién diablos encuestó en nuestro país o si la
encuesta se hizo a peruanos que viajaban en un crucero por el mundo. Ni
haciendo la encuesta entre todos los payasos del Perú se habría podido obtener
un resultado tan optimista. Habría que
ver en dónde se hizo el muestreo y cuál fue su universo.
Si
la encuesta, por ejemplo, se hizo en el Congreso de la República, cuando los
congresistas se afilaban las uñas para dar el zarpazo del famoso aumento de bono de representación sin duda los resultados son reales. Si
la encuesta se hizo entre los hinchas del UTC cuando subió al fútbol profesional,
la encuesta es veraz y acertada. Si se la hizo entre los funcionarios de alto
mando del Banco Central de Reserva que ganan más de cincuenta mil soles
mensuales, no cabe duda de su transparencia. Si se la hizo entre los miles de
profesores, comerciantes y trabajadores estatales que Sin vergüenza obtienen
una pensión del programa “Juntos”,
entonces no podemos dudar de que su universo fue entre gente feliz y que el
octavo puesto es real, de otro modo no hay explicación alguna.
Un país en donde los niveles de corrupción son tan
altos, en donde la desnutrición se ha mantenido por la corruptela que la
“combate”, un país en donde los congresistas acaban de aprobar el incremento en el pago del monto destinado a
gastos de representación de 7 mil 500 a 15,000 soles. Un país en donde el
Estado se colude con los grandes capitales para hacer lo que quiere con los
sectores más pobres y olvidados en los que nunca hubo presencia del Estado. Un
país en donde el agua se empieza a convertir en un bien cada vez más escaso y
en donde las áreas verdes desaparecen bajo tumbas titánicas de cemento, no
puede ser un país feliz.
Como dice Coelho cuando habla de ello:
¿Qué es la felicidad? Esa es
una pregunta que ya la borré hace mucho de mi cabeza, justamente porque no sé
responderla.
No soy el único. En el
transcurso de todos estos años, he convivido con todo tipo de personas: ricas,
pobres, poderosas y acomodadas. En todos los ojos que se cruzaban con los míos,
siempre me pareció que faltaba algo – e incluyo a los guerreros, y a los
sabios, gente que no tendría nada de qué quejarse.
Algunas personas parecen
felices: simplemente, no se plantean el asunto. Otras hacen planes: tendré un
marido, una casa, dos hijos, una casa de campo… Mientras se encuentran ocupadas
realizando esa lista, son como toros embistiendo: no piensan, sólo avanzan.
Consiguen su coche, a veces consiguen hasta su Ferrari, les parece que en eso
consiste el sentido de la vida, y no se hacen nunca la pregunta de arriba.
Pero, a pesar de todo, los ojos arrastran una tristeza de la que estas personas
ni siquiera son conscientes.