Azul, mi hija
menor, cumplirá cinco años en unos días. A ella le gusta como a todos los
niños, jugar en los parques y dibujar en grandes cuadernos, las posibilidades
de sus líneas son infinitas y cada vez que hace un dibujo lo firma con su nombre
con una caligrafía muy original.
Cuando Azul nació
se quebró la clavícula y no lo supimos hasta que había soldado en unos días y
se había formado un nudo misterioso que nos remitió a un médico quien descubrió
la ya añeja fractura. Las enfermeras nunca dijeron nada, ocultaron su fechoría
con execrable cobardía.
Patricia Azul es
una niña de grandes ojos que quieren devorarse el mundo de una mirada. Ama a
los animales con una pasión inusitada, ha tenido y tiene en su corta vida:
cinco pollos, tres cuyes, dos patos, nueve perros, dos hámster, un gato… ahora
quiere poseer con arrebato un acuario lleno de peces con una tortuga y unos
periquitos australianos; ama a los insectos y no le teme a las arañas, se
deleita persiguiendo a las mariposas pero nunca para hacerles daño, ama
rescatar a cualquier insecto que se encuentre en apuros y hasta aquellos que
pueden ser peligrosos los adora con un amor excepcional.
Patricia Azul llegó
al mundo siendo esperada, su presencia en este mundo no fue una casualidad sino
una acción premeditada del amor y ella parece entenderlo, sabe que la amamos,
le gusta que la cargue en mis hombros cuando está cansada y estamos lejos de
casa y muchas veces se queda dormida y se interna en mundos insospechados a los
que solo los niños y niñas como ellas pueden acceder.
Un día dijo que
estaba cansada de este mundo, que la asfixiaba y prefiere habitar el silencio y
canta en un extraño idioma que solo ella comprende y recuerda quizás de alguna
vida anterior. Le gusta bailar ballet y que le invente cuentos que luego yo no
recuerdo pero ella sí, entonces me hace recordar los nudos o los finales de
ellos mientras se duerme entre mis
brazos.
El trauma del
nacimiento - cuando se rompió la clavícula al momento de nacer- le genera
un terror insólito cuando hay que vestirla y las camisetas se quedan ahogadas
en su cabeza, esa situación la altera y la hace sufrir, entonces llora con
desesperación y evoca una antigua tragedia.
Azul no está muy
contenta con su nombre, a veces reniega y cuestiona – Azul es el nombre de un color,
no de una niña, me ha dicho más de una vez- Aunque se llama Patricia
Azul todos sus amigos la llaman Azul y es un nombre único que recuerda al mar y
al cielo, al libro de Rubén Darío, a las estrellas y los astros que surcan el
universo.
Decidimos ponerle
Patricia Azul –su mamá y yo- porque el hipocorístico de Patricia Azul es Paty
Azul, que se asemeja al Patio Azul de la casa donde nació ese sentimiento
poético que congregó a varios poetas del mundo por muchos años en Cajamarca. Ella
es la heredera de esa época brillante y de ese patio Azul que hoy yace
silencioso deshabitado del ruido. Conforme crece se va pareciendo más a su
mamá, lo que la hace más hermosa y más tierna. Le gusta inventar historias y
contar cuentos que inventa.
En unos días
cumplirá cinco años, tiene los ojos de su madre y eso lo hace inmensamente
profunda, discute y defiende sus ideas con vehemencia y si hay algo que le
incomoda y que le duele es la injusticia. Todos los animales del mundo son sus
amigos, no importa la especie ni el tamaño, igual puede montar un caballo que
contemplar a una hormiga recorrer veloz por la palma de su mano.
Azul llenó los
espacios deshabitados de mi alma que otros afectos dejaron y yo me hice el
habitante de su alma y de sus sueños, del tiempo que esta tarde se marcha de
prisa mientras ella crece y del río inacabable de su risa que cada nuevo día
florece.
Azul es el resumen
de mi vida sin errores, el renacimiento perpetuo del amor, la felicidad, la
vida, el goce. Yo la amo con un amor que se renueva cada día y cada instante,
más allá del tiempo y la distancia.