Estamos atados a la
vida desde el momento en que nacemos, nos aferramos a ella con frenesí y con
toda nuestra energía, pero siempre van a llegar momentos de quiebre para los
que tenemos que estar preparados y para poder sobrevivir a ellos por el amor
que mueve a cada ser humano.
Tener una pareja a
cierta etapa de la vida puede resultar sencillo, lo complicado puede surgir
cuando el tiempo ha transcurrido y llega el momento de decir adiós, de romper
el vínculo que nos unía y que tenemos, irremediablemente, que empezar a asumir.
Ninguna separación
es fácil, porque todas están basadas en el tiempo y el amor, en la estancia
permanente, en el transcurrir casi perfecto de segundos, minutos, horas, días,
semanas, meses, años… pero siempre inevitablemente va a llegar el momento en
que se disuelva ese vínculo de amor o vínculo terrenal y entonces como una
sombra surgen las desdichas, el llanto, las lágrimas que suelen causar tanto
lamento.
Cuando los caminos del
amor se dividen es porque el amor se terminó, porque es mejor seguir caminando
por distintos senderos sin necesidad de hacernos daño. Si no existiera la noche
no podría existir la mañana, lo mismo sería con el verano si no existiera el
invierno.
Los rencores
después de la separación nacen cuando no se amó de verdad, las iras
innecesarias cargadas de emociones sombrías que hacen que el uno hable mal de
otro a perpetuidad, que esté atado eternamente por el rencor y que nunca pueda
olvidarlo del todo. Si amaste de verdad déjalo libre, que el amor la (lo)
libere. El amor nunca fue mezquino ni lo será.
Pero parte de las
ataduras nos conllevan a pensar en la muerte, las ocasiones en que tenemos que
enfrentarnos a ella y mirarla de frente, cara a cara cuando nos tiene cercados
y sabemos que no podemos hacer ya nada y que todo es cuestión de tiempo porque
todos vamos a terminar entre sus brazos, entonces es mejor hacer un proceso de
liberación de entender que ha llegado el momento de alejarnos de ese ser querido
para siempre, aunque la palabra siempre parezca más dura de lo que realmente
es.
La vida siempre
tiene remanentes, historias que quedan, fragmentos de felicidad, pensar en
ellos es un alivio, una razón para seguir en este mundo aunque sea un poco más
solos, los afectos también se renuevan a cada instante para enseñarnos a
brillas sin dejarnos deslumbrar.
Todo
indefinidamente tiene una razón y una secuencia. Así como la soledad es causa
de tristeza, el amor es el creador de cuanto existe en el universo, de la
estrella más lejana, del tiempo y del espacio, de las ciudades que se agitan
con la nocturnidad de cada día y del tiempo… aquel enigma que ha de
sobrevivirnos y que ha de sobrevivir eternamente porque nunca va a detenerse ni
a terminarse y siempre seguirá en un ciclo perpetuo.
Cada gota de
lluvia, cada grano de arena tiene una razón. Cada muerte silente, cada noche
que se va, cada estrella que cae, cada historia que nace, cada amor que se
termina, cada fuego que inicia y cada uno que se apaga… si no existiera la
noche no podría llegar el día, por eso tenemos que entender que cada cosa en el
mundo tiene una esencia y una razón absoluta que no podemos negar ni olvidar.
Cada cosa, por
insignificante que nos parezca siempre tiene una razón de su existir, de su
vivir, de ser.