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miércoles, febrero 06, 2013

Si no existiera la noche no podría llegar un nuevo día



Estamos atados a la vida desde el momento en que nacemos, nos aferramos a ella con frenesí y con toda nuestra energía, pero siempre van a llegar momentos de quiebre para los que tenemos que estar preparados y para poder sobrevivir a ellos por el amor que mueve a cada ser humano.

Tener una pareja a cierta etapa de la vida puede resultar sencillo, lo complicado puede surgir cuando el tiempo ha transcurrido y llega el momento de decir adiós, de romper el vínculo que nos unía y que tenemos, irremediablemente, que empezar a asumir.

Ninguna separación es fácil, porque todas están basadas en el tiempo y el amor, en la estancia permanente, en el transcurrir casi perfecto de segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años… pero siempre inevitablemente va a llegar el momento en que se disuelva ese vínculo de amor o vínculo terrenal y entonces como una sombra surgen las desdichas, el llanto, las lágrimas que suelen causar tanto lamento.

Cuando los caminos del amor se dividen es porque el amor se terminó, porque es mejor seguir caminando por distintos senderos sin necesidad de hacernos daño. Si no existiera la noche no podría existir la mañana, lo mismo sería con el verano si no existiera el invierno.

Los rencores después de la separación nacen cuando no se amó de verdad, las iras innecesarias cargadas de emociones sombrías que hacen que el uno hable mal de otro a perpetuidad, que esté atado eternamente por el rencor y que nunca pueda olvidarlo del todo. Si amaste de verdad déjalo libre, que el amor la (lo) libere. El amor nunca fue mezquino ni lo será.

Pero parte de las ataduras nos conllevan a pensar en la muerte, las ocasiones en que tenemos que enfrentarnos a ella y mirarla de frente, cara a cara cuando nos tiene cercados y sabemos que no podemos hacer ya nada y que todo es cuestión de tiempo porque todos vamos a terminar entre sus brazos, entonces es mejor hacer un proceso de liberación de entender que ha llegado el momento de alejarnos de ese ser querido para siempre, aunque la palabra siempre parezca más dura de lo que realmente es.

La vida siempre tiene remanentes, historias que quedan, fragmentos de felicidad, pensar en ellos es un alivio, una razón para seguir en este mundo aunque sea un poco más solos, los afectos también se renuevan a cada instante para enseñarnos a brillas sin dejarnos deslumbrar.

Todo indefinidamente tiene una razón y una secuencia. Así como la soledad es causa de tristeza, el amor es el creador de cuanto existe en el universo, de la estrella más lejana, del tiempo y del espacio, de las ciudades que se agitan con la nocturnidad de cada día y del tiempo… aquel enigma que ha de sobrevivirnos y que ha de sobrevivir eternamente porque nunca va a detenerse ni a terminarse y siempre seguirá en un ciclo perpetuo.

Cada gota de lluvia, cada grano de arena tiene una razón. Cada muerte silente, cada noche que se va, cada estrella que cae, cada historia que nace, cada amor que se termina, cada fuego que inicia y cada uno que se apaga… si no existiera la noche no podría llegar el día, por eso tenemos que entender que cada cosa en el mundo tiene una esencia y una razón absoluta que no podemos negar ni olvidar.

Cada cosa, por insignificante que nos parezca siempre tiene una razón de su existir, de su vivir, de ser.

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