Mientras las cámaras de
vídeovigilancia se incrementan cada día en todos o casi todos los municipios
del país y mientras nuevas promociones de policías egresan de las escuelas para
sumarse a los casi 120 mil policías existentes en el país, la ola de inseguridad
se acentúa sin que nadie encuentre la solución al problema que empieza a
tornarse inmanejable debido no solo al alto índice de latrocinios, sino también
al incremento en progresión geométrica del sicariato en todo el país.
Cajamarca no ha sido la
excepción y los que vivimos en esta ciudad hemos visto con pavor cómo en una
madrugada se mataron a cinco personas un grupo de sicarios o cómo una red de
sicarios ha liquidado a empresarios pesqueros a vista y paciencia de todos en
el terminal mayorista de productos hidrobiológicos.
En la capital de la
República la cosa no es distinta, el presidente Ollanta ha dado un discurso
vacío y fofo sobre el tema y más allá de las cifras y estadísticas poco
convincentes que él maneja no ha sido claro en explicar lo que está pasando con
los famosos planes de seguridad ciudadana o del Consejo Nacional de Seguridad
Ciudadana (Conasec)que parece no ser nada funcional hasta el momento pues según
estudios del Instituto Nacional de Estadística e Informática INEI la percepción
ciudadana con respecto al tema de inseguridad se acentuó notablemente en los
últimos meses.
Gran parte a esta ola de
inseguridad y de criminalidad se la debemos a la corrupción que existe y que se
sembró en las mismas instituciones policiales, según informes oficiales del
Estado hay 7 mil policías acusados por diversos delitos que trabajan con
normalidad en diferentes dependencias del Estado. No sorprende pues que reos
implicados en varias muertes fuguen de los penales como lo sucedido en
Maranguita a fines del año pasado o que algunos policías sean encontrados
delinquiendo en sus días de franco.
El gran problema del Perú
es que tenemos una policía improvisada y desprovista de los recursos logísticos
mínimos para ejecutar un buen trabajo por lo menos medianamente aceptable, a
ello se suma el viejo problema de la corrupción.
La indiferencia ciudadana
es otro de los grandes problemas que se suman a este creciente problema en el
país, sin ir muy lejos, en Cajamarca sabemos que cuando nos roban algo podemos
ir a cierto lugar y recuperarlo volviendo a comprarlo, el famoso “Tacorita”, se
ha convertido en un centro de ilegalidad en donde el hampa vende lo robado y
las víctimas van en pos de sus cosas teniendo que volver a comprarlas de un
sujeto que se hace el disimulado y que actúa sin el mínimo remordimiento.
Tenemos un consenso
silencioso, todos los sabemos y todos lo hemos aceptado, no hay novedad. Aun la
misma policía lo sabe y cuando precisa de hacer intervenciones de cosas robadas
recurre al punto en cuestión y sus pesquisas resultan efectivas, sobre este mal
endémico en el Perú que tanto beneficia a la delincuencia y tiene en jaque al
Estado habría que preguntarse rememorando a Vallejo ¿Hasta cuándo la cena
durará?