Cuando tenía 17
años, vendió unas gallinas y tomó un avión de dos hélices que la llevó a su
querido México. Chavela Vargas, quien murió este domingo a los 93 años en la
ciudad mexicana de Cuernavaca, guardó toda su vida un ácido resentimiento hacia
su natal Costa Rica.
Haber nacido un
día de abril de 1919 en San Joaquín de Flores, un pequeño pueblo de la
provincia de Heredia, a 20 km de San José, fue para Isabel Lizano Vargas -su
nombre real- un fatal accidente. Siempre fue mexicana: por adopción, formación
y corazón.
Hija de un ama de
casa, Herminia Lizano, y un jefe policial, Francisco Vargas, tuvo tres hermanos
-Alvaro, Rodrigo y Ofelia-, ya fallecidos, y en Costa Rica sólo le quedaban 10
sobrinos. Una familia con la que cortó toda relación hace cerca de cuatro años.
En la sociedad
ultraconservadora de un país chico de inicios del siglo XX, donde no podía
desarrollar su talento y menos aún expresar su lesbianismo, la indómita Isabel
se sintió forzada a partir. "Vivía en un infierno", era "como un
bicho raro", solía decir.
"Era
independiente, rebelde, quería ser libre. La familia no aceptaba su
lesbianismo, le caían a leño (castigaban). Salía a dar serenatas, andaba en
pantalones en un tiempo en que sólo los usaban los hombres. En las rigurosas
normas de la época se rechazaba su forma de ser", comentó alguna vez su
sobrina Yisela Ávila.
En México tuvo un
duro comienzo. Acompañada de su guitarra cantaba por las cantinas y calles de
la capital, donde fue descubierta por el compositor José Alfredo Jiménez y
forjó amistad con figuras relevantes de la cultura mexicana del siglo XX, como
los pintores Frida Kahlo y Diego Rivera.
"Siempre se
quejó de mucha soledad en este país. Se fue porque la iban a casar con un
señor, se escapó y llegó a México con una mano adelante y otra atrás; pero
triunfó".
Aunque vivió por
siete décadas en México, donde pasó un tiempo perdida en el alcohol, tuvo
temporadas en España y en Costa Rica. Aquí tuvo su casa en San Joaquín, las
últimas veces con la intención de volver definitivamente a fines de los 90 y a
mediados de 2000.
La "Dama del
poncho rojo" pareció haberse reconciliado con su país natal en abril de
1994, cuando ofreció un majestuoso concierto en el Teatro Nacional y luego en
un auditorio de la Universidad de Costa Rica, en los que cautivó con sus
"Marcorina", "Un mundo raro", "La Llorona" y
"Paloma Negra".
Son clásicos sus
drásticos juicios sobre el país que hirieron a un buen sector de la no poco
orgullosa sociedad costarricense: "Qué país Costa Rica. Yo pondría allí a
todos los suicidas del mundo. Les pondría allí un departamento. Sería un buen
negocio una tienda de ataúdes", dijo al diario español El País en una de
sus últimas entrevistas.
"Ella y Costa
Rica eran como una pareja disfuncional. Hay aquí quienes la quieren y quienes
no; hay incluso aquellos que la insultaban, sobre todo los que no la
conocían", dijo Alfredo González.
En los últimos
años, Chavela, inmortalizada por Pedro Almodóvar y por Joaquín Sabina en la
canción "Por el bulevar de los sueños rotos", se enfrentó agriamente
a la escasa familia que le quedaba en Costa Rica.
Son célebres sus
cuitas y bohemias con Bryce, Ribeyro, Neruda, Juan Rulfo… Ojalá hubieran muchas
Chavelas como ella en este mudno cada vez más frío y más hipócrita.