“Las primeras gotas levantaron polvo. Luego el pardo de la
tierra tornóse oscuro y toda ella esparció un olor fragante. Se elevó un
jubiloso coro de mugidos, relinchos y balidos. Retozaron las vacas y los
potros. Y los campesinos dilataron las narices sorbiendo las potentes ráfagas de la áspera
fragancia (*)
Cajamarca ha vuelto a cubrirse de nubes y de lluvia, no solo
la provincia, sino las otras provincias de la región han empezado a sentir la
presencia de las lluvias que retornan a Cajamarca como una melodía de
esperanza.
La empresa que provee de agua a los cajamarquinos ha dicho
hasta la saciedad que la ausencia de lluvias había comprometido seriamente el
abastecimiento del agua en Cajamarca, que no había agua porque no había lluvias,
hoy veremos si es cierta la excusa.
Cajamarca es una ciudad que creció mucho en veinte años y
crecieron los usuarios del servicio de agua potable por miles, la ciudad
quintuplicó el número de sus habitantes y se quintuplicaron los recibos y los
cobros y la red se extendió captando diariamente miles de hogares; pero el
problema es que nunca se ampliaron las matrices, no se tomaron las medidas para
brindar un servicio a gran escala, hoy pagamos las consecuencias y los recibos
de un servicio cada vez más deficiente, casi colapsado.
La lluvia ha vuelto a Cajamarca con el viento agitado de
agosto, debe acentuarse en setiembre y prolongarse hasta abril o mayo, inundar
dulcemente las quebradas y hacer rugir a los ríos como antes, como cuando aún
se podía escuchar su acento cantarín bajando desde las alturas hasta las simas
de esta tierra, hasta las hendiduras más tiernas como fecundando una vida llena
de misterio.
La lluvia siempre es más esperada en el campo que en las
ciudades, porque las ciudades deshumanizan a la gente y vemos a la lluvia como
un fastidio, como una molestia que nos moja y que no nos deja cruzar las
calles. En la ciudad pensamos que el agua de la lluvia es un problema, en el
campo en cambio siempre es una bendición, aquella que fecunda todo y que apaga
el hambre del campo y la ciudad, y que apaga la sed de todas partes.
Las primeras lluvias de este agosto han llenado de felicidad
a los agricultores, igual que en el libro de Ciro Alegría la fragancia del
contacto con la tierra ha hecho vibrar a quienes la esperaban ansiosos día a
día sentados sobre la orilla de un camino.
Han pasado años desde que Cajamarca empezó a crecer y no
hemos aprendió que la lluvia es el alma de la vida, el agua que todo lo cura.
Cada día se vende más agua en diferentes formas, en botellas, en bidones, en
baldes y en cilindros, quizás llegue el día en que se llegue a vender en grifos
como hoy se vende el petróleo o la gasolina.
La gente ya ha empezado a matarse por el agua, ya hemos
emprendido largas conferencias sobre ella y sobre su destino, cada vez los
pozos interiores de las casas – esos que habitaban los duendes – son más
escasos. Si seguimos así, quizás un día no lejano las únicas gotas que podremos
beber sean nuestras lágrimas, entonces quizás comprenderemos que ya es
demasiado tarde.
(*)Fragmento de la novela Los
Perros hambrientos de Ciro Alegría, correspondiente al capítulo titulado “La
lluvia güeña”.