La mujer se ha
convertido, de un tiempo a la fecha, en la médula misma de la vida en sociedad.
Es quien maneja la economía, quien reparte la riqueza del hogar, quien
establece las normas, las vela y las hace cumplir; la que traza la hoja de ruta
diaria en cada familia y es también quien decide los asuetos y la que sortea
las posibilidades en situaciones conflictivas o arriesgadas.
La evolución del
rol que ha tenido la mujer en la sociedad en las últimas décadas es innegable,
su inmersión en cada una de las áreas de la vida ha cambiado radicalmente con
respecto a tiempos pasados. Atrás quedaron las limitaciones e impedimentos que
les ponían traba para ejercer ciertos cargos públicos o poder acceder a ciertas
profesiones. Cada día incursionan en nuevos campos y ha quedado demostrado que
no hay uno que esté vedado por una verdadera razón de competencias, acaso, si
por situaciones machistas y conflictivas que buscan relegarlas, humillarlas,
hacerlas de lado.
La mujer que estaba
condenada a ser parte de una cocina ha quedado como un retrato en sepia, una
imagen digna de una colección museográfica de comienzos del S. XX. Hoy
encontramos mujeres policías, médicas, ingenieras, choferes, científicas,
astronautas, futbolistas, boxeadoras, buzos, militares… y todas o casi todas
con un valor agregado otorgado por la divina gracia de Dios… la maternidad, es
decir la prolongación y continuidad de la especie.
Mientras vemos a
diario la creciente suma de la cifra de feminicidios, los casos de este delito
se dan en cadena y se multiplican con un efecto dominó y empiezan a convertirse
en uno de los crímenes con más alto índice en un país que por historia y
cultura somos uno de los más machistas del mundo. Probablemente la acción
violenta que ha surgido en los últimos años contra las mujeres peruanas sea la
evidencia más clara y grave de que la sociedad peruana se encuentra atravesando
una crisis de valores. Hijos golpeados son padres golpeadores y el ciclo
vicioso se repite; las penas blandas antes del Feminicido como tal dieron
cabida a que este tipo de vejámenes se instaure y tenemos como resultados
hombres que queman a sus parejas, que le echan agua hirviendo o que las matan y
luego desaparecen.
Hijos que matan a
sus madres, esposos que matan a sus esposas, abuelos que violan a sus nietas y
las embarazan, proxenetas que venden a mujeres al mejor postor por unas monedas
ante la indiferencia de todos; de quienes sabemos que existe una endemia social
y no hacemos nada por ello o simplemente participamos de ella aunándonos de
cualquier forma.
Todo intento que
haga el Estado por poner freno a este problema en el Perú quedará corto
mientras sigan fallando los operadores primarios que corresponden a los que
forjan valores en el ámbito de la familia y los que deben sembrarse en la etapa
escolar. Un país sin valores es un país que está fijado a fracaso.
Los noticieros
seguirán anunciando tragedias de esa naturaleza mientras se siga adoctrinando a
los peruanos con el concepto obtuso de que los hombres no lloran y que solo las
mujeres deben hacerlo.