Este 15 de octubre se celebrará el Día Mundial de la Mujer Rural, aunque probablemente antes que celebrar habría más bien mucho que meditar, será una fecha importante para tomar en cuenta y evaluar concienzudamente la problemática en torno a ella, las omisiones y desatenciones de un Estado a todas luces excluyente, como lo demostró la ministra de la mujer en el sonado caso del Pronaa.
El primer Día Internacional de las Mujeres Rurales, se observó el 15 de octubre de 2008. Este día internacional nuevo, establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoce “la función y contribución decisivas de la mujer rural, incluida la mujer indígena, en la promoción del desarrollo agrícola y rural, la mejora de la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza rural”.
Las mujeres rurales desempeñan un papel fundamental en las economías internas de los países desarrollados y en desarrollo. En la mayor parte del mundo en desarrollo participan en la producción de cultivos y el cuidado del ganado, proporcionar alimentos, agua y combustible para sus familias y participan en actividades no agrícolas para diversificar los medios de subsistencia de sus familias. Además, llevan a cabo las funciones vitales en el cuidado de los niños, los ancianos y los enfermos.
El Perú es un caso emblemático, las mujeres rurales representan la gran mayoría del sector no urbano y son las encargadas, casi siempre, de velar por el sustento diario de sus familias. Las estadísticas reflejan un alto índice de madres solteras en las zonas rurales que realizan el rol paterno y materno y que para cubrir las necesidades básicas realizan diversos oficios que les permiten solventar su economía y la de sus hijos.
La mujer rural es también el sector más vulnerable de la sociedad, el machismo enraizado que prima en el campo la convierte en víctima permanente de maltrato y abuso y sus quejas y demandas pocas veces son atendidas por las autoridades que deberían velar por ellas.
Pareciera que ese letargo al que sometieron los conquistadores a la mujer indígena durante la colonia se ha mantenido vigente hasta la actualidad pese a que han transcurrido siglos y hasta ahora las fórmulas de sometimiento que se aplicaban en el coloniaje superviven hasta hoy con distintas variantes y matices. La mujer rural sigue siendo el eslabón débil de la cadena social de los peruanos del Perú profundo.
En la región Cajamarca existen 13 provincias, 128 distritos y miles de comunidades en las que cada día se tejen historias distintas con los mismos principios clasistas que mantienen a la mujer del ande en un letargo casi perpetuo, pese a que hubo varios intentos reformistas y estructurales nada se ha conseguido. El Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social es solo un saludo a la bandera, -referirse a ello es redundar sobre las pésimas políticas y malas prácticas que se aplican contra este endeble sector-.
La mujer rural seguirá soleándose en una vereda, con una tarjeta de crédito que resulta un antagonismo a la pobreza para cobrar una suma minúscula por un programa asistencialista, seguirá siendo perseguida cuando vende mote o chochos (1) en las esquinas, o siendo discriminada en cualquier institución por vestir diferente, oler diferente y ser diferente.
La mujer rural seguirá siendo culpada cuando el gobierno cometa torpezas y busque a quién endilgarle la culpa; seguirá muriendo de cáncer al pulmón prematuramente por cocinar en cuarto cerrado con leña para dar de comer a los frutos de su amor y de su vientre, a los frutos de sus días… sin saber que hace unos años la Naciones Unidas le dieron un día para recordarla y darnos cuenta de que nada hemos hecho hasta ahora por ellas.
(1) Tarwi