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martes, noviembre 09, 2010

Los ochentas


Hace unos años la escritora Mónica Buse publicó un libro excepcional llamado “De oropeles y abandonos”, libro que reúne los momentos históricos más importantes de Cajamarca entre los años 1900 y 1950. La autora hizo una investigación exhaustiva en los diarios que celosamente conserva el Archivo Regional de Cajamarca y que corresponden a esa época (1).

El libro es un emotivo evocatorio de los hechos más magníficos, de una Cajamarca que se fue y en donde se narran hechos tan importantes como la llegada del primer avión a Cajamarca, el primer automóvil, los carnavales de antaño, el primer servicio de alumbrado público y como no, las principales tiendas, los productos que cada una de ellas ofertaba y hasta las cuitas de las prostitutas de la época.

Hace unos años solamente, si hablamos de la década del ochenta Cajamarca ya no era la misma que Mónica Buse retrataba en su libro, sin embargo tampoco es la de ahora. La década del ochenta fue quizás el cierre de una ciudad tranquila para dar paso en los noventa a una ciudad acelerada, de crecimiento raudo y de una problemática social aguda.

En los ochenta existían hasta cuatro cines en Cajamarca, los que anunciaban sus películas en singulares carteleras ubicadas todas en una de las paredes de una de las casas de la Plaza de Armas. Solo existía un canal de televisión, el que trasmitía desde el mediodía novelas mexicanas, algunos programas nacionales como Hola Yola el tío Jhony y otros menos memorables.

El UTC jugaba en la profesional y convocaba a grandes equipos del país, cada domingo llegaba Alianza Lima, Cristal, la U, El Torino… y el estadio se colmaba de hinchas los que siempre eran aguzados por el infaltable Loco Terry, quien lanzaba procacidades que acababan siempre haciendo reír al público. El frito con cebiche hacía su incursión en los entretiempos.

Las líneas de autobuses eran dos: La 3M de microbuses verdes y otra de los de color celeste, los petusos, una sola línea de carros parecidos a las combis se desplazaba por la ruta a Santa Elena. La cárcel estaba ubicada a una cuadra del arco del triunfo frente al edificio más grande de la ciudad, uno de cuatro pisos que hoy aún permanece igual, idéntico aunque la gente que la habita ya no sea la misma.

Los carros eran contados, se podía jugar fulbito en las calles sin problemas, los accidentes de tránsito eran una rareza y la cantina más conocida era la de un hombre mayor en la calle Amalia Puga al que llamaban “Ojo Duro”.

Solo existía el colegio particular Indoamericano de la Sra. Octavila Sánchez, después apareció el María de Nazaret y la ciudad terminaba en Cristo Rey y en el grifo El Ché, en la urbanización El Ingenio y en Santa Apolonia. Todavía existían los peluqueros con silla de barbero y con navaja afilada en cola de caballo.

Pero después todo cambió, las ciudades son como los hombres, como los seres humanos, mientras más pequeñas menos problemas, pero es inevitable el crecer, el ir cambiando, el juntarse con otras gentes y ser cada vez más viejo, con más problemas, con más soledad y menos tiempo. Los ochentas pasaron, otros tiempos vienen, otros vendrán.

(1)              El primer periódico cajamarquino del que se tiene data es el “Volcán Termal” cuya aparición data del sábado 13 de marzo de 1847. Se trataba de un bisemanario que era dirigido y redactado por Manuel Luna Victoria. (Cajamarca Historia y Cultura; Sarmiento – Ravines)

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