Cajamarca tuvo el crecimiento más acelerado de las últimas décadas en los años noventa, por eso la década del 80 se convirtió en un emblema de la transición de lo que fue y lo que ya nunca será.
El jirón del Comercio se llamaba entonces jirón Lima y era el principal después de la Plaza de Armas, en él se encontraban los centros comerciales más importantes, en la esquina de la plaza se hallaba la ferretería de los Hermanos Caballero, una tienda extensa con ese rancio olor propio de ese tipo de establecimientos; frente al lugar el Hotel de Turistas de Cajamarca, una mole blanca con bordes azulados y una terraza hacia la plaza. A su lado Bata Rímac la emblemática zapatería peruana y frente a ella la zapatería del Sr. Rocha, la representativa zapatería cajamarquina.
Don Julio Chávez ya había descubierto su fórmula mágica para seducir a los paladares cajamarquinos con su agradable maní confitado con su kiosco verde de madera ubicado en la bocacalle del pasaje Atahualpa. Cerca al Arco del triunfo se encontraba la empresa distribuidora del arroz ECASA (Empresa Comercializadora de Alimentos S. A) con sus tráileres enormes descargando sacos de arroz todo el tiempo, a unos metros del lugar la tienda de Arturo Martos un genio de la confección gorras, arte que después de él cayó en la extinción. Cruzando el Arco del Triunfo, en la Avenida 13 de julio, se encontraba la vetusta comisaría de la Guardia Republicana, una casa vieja llena de historias que además era cárcel, hoy ya no existe. Más allá… el médico de siempre controlando que Cajamarca no tenga una explosión demográfica con un par de fórceps y unas pinzas (horario de atención pegado en la puerta).
Los ochenta estuvieron marcados también por la última generación de zapateros, aquellos que reconstruían literalmente un zapato y lo dejaban como nuevo, ese oficio también fue desapareciendo para dar paso a lo descartable, lo efímero y el modernismo. Un par de bares en la Plaza como el Arlequín ubicado en la misma esquina del jirón Dos de Mayo y frente a él La Taberna eran de los más representativos; evidentemente el restaurante Salas ya tenía sentada historia y El Zarco empezaba a abrirse camino en esos años. La Pollería López y El Dorado eran sino las únicas, las mejores. Un peluquero famoso de señoras era el Sr. Cerna, frente al local del actual Banco de Crédito, tenía en el centro de su salón tras el biombo una inmensa balanza amarilla que funcionaba con monedas.
Los teléfonos eran una rareza, es verdad que algunas casas los tenían pero Entel Perú (Empresa peruana de telefonía) no había extendido su red por años y los que existían eran muy pocos. Fenómenos como Cabinas de Internet, piratería callejera de DVDs, celulares, MP3 o Hands Free -esos aparatos que hacen que la gente parezca loca hablando a solas por las calles- eran una utopía que correspondía a otro mundo, a una novela de ficción a una realidad a años luz de ese tiempo.
Quizás de aquí a veinte años – cuando ya nosotros no estemos– se añore estos días aciagos, quién sabe si se diga que a fines del 2010 los carros aún usaban pistas o carreteras, que no había cura para el SIDA y que a los muertos se los enterraba en nichos. Uno nunca sabe que nos depara el mañana.
Los ochentas se han ido, hoy otra realidad nos hace cómplices de un futuro siempre incierto, los días pasan y cada vez que se asoman traen cosas nuevas, siempre, o casi siempre inesperadas.