Hace 10 años murió Cesar Calvo en la ciudad de Lima, en un abandono estrepitoso. Sin la menor ayuda para realizarse una operación que lo tenía en un estado de alteración en sus últimos días. Unos meses antes de morir, en un programa de César Hildebrandt se propaló un reportaje en el que un angustiado César Calvo contaba, mientras caminaba por una playa limeña, la tragedia que le había tocado vivir al sufrir un problema de salud que lo tenía en la condición de sordera, para ello necesitaba una operación que costaba mil dólares, él no los tenía, tampoco nadie se los dio hasta su muerte.
César Calvo es uno de los poetas peruanos de la generación del 60 que más trascendencia tuvo por la plasticidad de su poesía, la profundidad y a la vez la simpleza con la que confeccionaba poemas y canciones. Calvo fue un poeta que tuvo la espectacularidad de una vida sin indulgencias. Un dandi capaz de enamorar a cuanta mujer se atravesaba en el escenario de su vida, pero también una anacoreta que murió pobre y solo, con una cama y una mesa en su habitación, un poster de Gisela Valcárcel pegado en una de las paredes de su último recinto y recuerdos dispersos en su memoria y en su alma.
Han pasado 10 años de su muerte, de sus muchas, o mejor todavía, de su última muerte; pero la poesía de César Calvo sigue cobrando vigencia en los miles de lectores que a diario lo encuentran entre las páginas de viejas y nuevas ediciones de de sus “Poemas bajo tierra”, “Ausencias y retardos”, “El último poema de Volcek Kalsarets”, “Cancionario”, “ Poco antes de partir”, “ Pedestal para Nadie”, “ Las tres mitades de Ino Moxo y otros brujos de la Amazonía”, “Como tatuajes en la piel de un río”, “Los lobos grises aúllan en inglés” …
La poesía de Calvo se hizo un referente universal cuando había que hablar de la poesía peruana en otros países en los cuales solo se sabía de Perú por Vallejo. Su poesía fue dura, pero versátil, estigmatizada, pero maniobrable en las tempestades más complejas del manejo del idioma y de la creación como complemento de la libertad en su sentido más puro, como transformador del amor, pero también como un motor capaz de mover y transformar la conciencia del hombre.
La vida de César Calvo estuvo marcada por viajes y amores clandestinos e indecentes, pero también inocentes y reales. Una vida marcada por la temprana inclinación a las letras en su forma más pura y simplificada: La poesía.
Diez años han pasado desde que el poeta partió dejando un pedestal sin nadie, un vacío inacabable. Si hubiera nacido en Chile donde la política cultural con respecto a los poetas renombrados, Calvo lo era, es muy distinta al mamotreto vil que es la política cultural en nuestro país, su final habría sido distinto, no le hubiera sucedido lo mismo si hubiera nacido en Venezuela, Ecuador, México…
Calvo murió en un entorno solitario, amado y alejado adrede a veces, otras golpeado por esa ausencia infinita que significa el declive de cualquier hombre que ha pasado los sesenta años y empieza a desmitificarse por el solo hecho de vivir entre los mortales. Calvo murió sin ayuda, sin la ayuda que é hubiera querido.
Un breve recuerdo de su poesía:
Nada puede aprisionar el viento sino la libertad/ Nada sino la libertad podría rodearnos ahora/ y hacerte comprender que estuve solo/ porque la intemperie no cabía en aquel cuarto/ sórdido/ que tú insistes en llamar país,/ doce millones de rostros pegados a los muros de un Orden repudiable/ y desleído. // Ayúdame a prescindir de esos fantasmas que amo/ ayúdame a no golpear y golpear la puerta/ como si ella tuviera la culpa/ Ayúdame a ser la llave que abra sin cerrar nunca nada