El Día Internacional Contra la Explotación Sexual y la Trata de Personas, fue instaurado por la Conferencia Mundial de la Coalición Contra el Tráfico de Personas, en coordinación con la Conferencia de Mujeres que tuvo lugar en Dhaka, Bangladesh, en enero de 1999. Se eligió el 23 de septiembre por haberse promulgado ese día de 1913 en la Argentina, la Ley 9143, primera norma legal en el mundo contra la prostitución infantil.
Cajamarca creció raudamente, su economía tuvo un crecimiento grandioso pero con ella crecieron también sus problemas -como sucede con los adolescentes- después de la llegada de las grandes inversiones a comienzos de los 90´Cajamarca acentuó su economía y con ella se hizo cosmopolita, una migración de personas de todas partes del Perú y del mundo llegaron hasta aquí para ser parte de ese auge.
La delincuencia se instauró, y la prostitución; de ser secreta y clandestina, pasó a ser un oficio público sin el menor pudor, sin mayores tapujos. Un día la Plaza de Armas, esa plaza histórica donde se fusionaron dos mundos apareció una noche con las figuras inconfundibles de mujeres esperando a alguien con un aroma a perfume barato, de galonera.
Se recostaron en las paredes de las iglesias y se sentaron en los atrios, esos que años antes fueron venerados por una fe impuesta. Y empezamos a acostumbrarnos a ese paisaje primero nocturno que después se hizo diurno, nos habituamos a verlas paradas en las esquinas de las calles cercanas a la plaza, siendo admiradas por la lujuria de quienes a falta de dinero para poder pagar se contentan con mirar.
Los clubes nocturnos llegaron como las golondrinas -como esas golondrinas que hoy anuncian la primavera como cada 23 de setiembre - llenos de mujeres jóvenes, de menores de edad que son explotadas ante la indiferencia de toda la sociedad. Esos lugares se convirtieron en refugios de solitarios que compran besos y caricias.
Un día en la carretera que va a la costa apareció un desvío misterioso al que no tuvieron mejor idea que llamarlo “Polvorín” otro lugar que causa curiosidad y misterio, donde las tenues luces de sus pasadizos contrastan con la pena insondable de las mujeres que allí habitan, con esa pena infinita y esa soledad honda a la que se empezaron a acostumbrar.
La explotación sexual se hizo parte de lo cotidiano. Un club nocturno en cada cuadra de la periferia. Un night club en cada esquina de las calles no siempre alejadas del centro de la ciudad.
Niñas prostituyéndose, mujeres explotadas por los dueños de esos locales que en su mayoría tienen a menores de edad utilizadas sexualmente, traídas de la selva, arrancadas de su vida y de su inocencia. Alejadas de sus padres.
Hoy ellas no celebrarán el Día de la Juventud, no podrán ser felices mientras manos ajenas violen sus cuerpos, mientras las trabas legales sigan siendo permisivas con los proxenetas, mientras se hagan canjes en donde ellas solo son una mercancía, un árbol deshojado por el otoño de de la indiferencia de una sociedad hipócrita que se espanta de todo pero que lo permite también todo sin remordimientos y que habla a media voz sus execrables omisiones.