Ana De La torre era una mujer que no le temía al tiempo, solía cobijar su rostro bajo un sombrero de paja, sombrero que lucía orgullosa y que además era un emblema de lo nuestro, era una mujer simple pero profunda, su mirada de abismo era el eco por el que podía desbarrancarse cualquier idea andina.
Fue mi profesora de Antropología,la conocí a comienzos de los 90 en la universidad, dibujaba iconografía cajamarquina mientras explicaba la simbología profunda de sus conocimientos, si alguien amó la tierra y sus costumbres fue ella, si alguien se enamoró de los andes y sus secretos fue ella acostumbrada a la medicina natural y los complejos diagramas de una raza cada día más ausente.
Ella también, como todos las mujeres, se enamoró de un hombre, un hombre que no era común, un hombre que recogía sus pasos cada tarde cuando ella regresaba, un hombre amigo de las flores y la tarde que escribía versos en las orillas de los cafés y de los libros que leía, uno que había conocido la poesía en su máxima pureza, y que fue amigo de Orrego, su maestro, Ibáñez, Romualdo, Reynoso. Ese hombre se llama Santiago y hoy aún sigue escribiendo versos en cada filo de la tarde y la madrugada.
Fue por eso que en el 83 cuando Vargas Llosa vino a Cajamarca con su esposa Patricia se quedó en la casa de Anita, ahí se instaló el escritor por unos días, con su vida, sus papeles y su risa.
Anita De La Torre escribió varios libros, publicó algunos y otros quedaron en papeles sin poderse publicar póstumamente, sin publicarse ni editarse, es decir, se quedaron sin mañana.
Un día al retornar alguien nos avisó que no habría clases de antropología, Anita había muerto con derrame cerebral, eso nos dijeron y hubo después un velorio, su rostro estaba extrañamente pálido, tras ese cristal quedó mi última visión de quien hablaba de los andes maternalmente y de Catequil y de la alienación, de las semillas de la vida y de lo que Hiram Bingham se robó de Machu Picchu y de los homínidos caminando casi erguidos por cualquier lugar del mundo.
Anita De La Torre hablaba en una clase “La estrecha relación entre mujer y semilla se manifestó de manera determinante en una feria de semillas efectuada en la comunidad de Chetilla en 1992; mediante un concurso se buscaba ubicar a los agricultores que habían conservado mayor número de semillas nativas. En Chetilla, comunidad cajamarquina muy tradicional, se presentaron las mujeres con sus semillas. Los pocos hombres que acudieron al concurso fueron recriminados y agredidos verbalmente por las mujeres: los llamaron walmishco, es decir afeminado, y les increparon: “si quieres estar, por que no la traes a tu mujer”, “la semilla es de la mujer”. Estos no respondieron a las recriminaciones y, más bien avergonzados, agacharon la cabeza, expresando así que ellas tenían razón…”
Hoy su corazón ha dejado de latir y ella se ha callado, el viento se ha llevado su voz, espero que no para siempre, por eso su recuerdo ha venido a buscarme esta tarde que miro al horizonte andino, andino…