Estamos acostumbrados a la discriminación porque así nos enseñaron desde niños, aprendimos por ejemplo que si teníamos que escoger entre una mascota blanca o negra debíamos escoger la blanca por ser más bella, aprendimos que la noche era oscura y peligrosa y la mañana soleada y clara, por lo tanto más hermosa.
En algún programa tragicómico se explicaba que las diferencias entre lo blanco y lo negro eran cómicas, esa burda historieta del negro corriendo… ladrón, blanco corriendo… atleta, blanco vestido con mandil… médico, negro vestido con mandil… heladero. Esas historias nos llenaron de prejuicios, de banales pensamientos sobre las razas e hicieron creer a los blancos que eran una vez más superiores a los negros.
Alguien olvidó decirnos que las almas no tenían colores, que más allá de la vida el color que existe es indefinido y que ni siquiera las lenguas ni las voces tienen existencia en esa dimensión azulceleste. Olvidaron decirnos que el blanco es el color más sucio porque se reúnen en él la mezcla de todos los colores y que al contrario el negro es la carencia de color.
Pero la vida puso contrastes, las piezas en el ajedrez son blancas y negras, las noches y los días, la muerte y la vida, el luto y el nacimiento, el ruido y el silencio, la paz y la guerra.
El reciente ejemplo que acaba de mostrar al mundo unas lidias electorales en donde por primera vez en la historia del mundo un presidente norteamericano es de ascendencia afro, es una muestra sublime de vientos de cambio.
Un patético sector de la iglesia – de aquella descarriada, que perdió el camino – ha salido de inmediato a decir, en el colmo de su racismo y fobia a la raza negra, que se acerca el fin del mundo ya que un “negro” será presidente de Norteamérica, además agrega, que hay similitud entre Obama y Osama, haciendo referencia a Osama Bin Laden.
La historia del mundo es una tragedia continua, una secuencia de días y centurias en las que la esclavitud y las matanzas fueron lo más notable de cada una de las generaciones y las razas que habitaron el planeta y no podemos aceptar que un negro triunfe, porque nuestros principios elementales y casi simiescos nos dijeron que el único compañero “de color” que teníamos en el colegio era casi un simio y lo apodábamos Chita, como el mono de Tarzán.
Hoy se ha demostrado para regocijo de las razas y la historia que todos los seres humanos somos iguales, todos podemos ejercer los mismos oficios y tenemos las mismas destrezas y habilidades aunque a algunos les duela reconocerlo.