Son las 9 de la noche y hace frío. La portezuela del circo se abre y un hombre de voz grave anuncia que podemos ingresar, nos advierte que los niños deben tener su propia entrada. Un cartel en el exterior indica que no se puede ingresar al circo con alimentos y no porque se cuide el piso del circo, sino porque de no ser así nadie compraría el pop corn que adentro se vende. Pese a ello una osada mujer vende bolsitas con canchita en la puerta del circo mientras un individuo que bien podría ser el hombre lobo del circo la mira con fastidio.
Ingresamos en fila a la carpa, los palcos, lunetas y galerías perfectamente ordenadas esperando iniciar una vez más, una vez más como las miles de veces. La gente se va acomodando en las butacas, el bullicio comienza. Una mujer guapa aparece con unos artefactos plásticos en la mano, espadas luminosas y lentes iluminados por luces de neón.
Las luces se apagan y una voz anuncia que la función empezará en dos minutos, se hace una pausa y aparecen un par de payasos, en ese momento recuerdo mi temor a los payasos, no sé exactamente si les temo a ellos o a sus risas escandalosas y a su voz resbalosa o simplemente le temo al hecho de que se dirijan a mi lado y me pidan salir al escenario para hacerme hacer cualquier tipo de ridículo. Empiezan los chistes y los niños ríen emocionados y son felices. Un payaso se acerca al público y siento que mi corazón va a saltarme del cuerpo, el payaso pasa de largo hasta un incauto hombre y lo lleva al escenario. Luego de unas bromas, el hombre queda en el más triste ridículo, la gente ríe sin compasión, sin embargo el hombre parece feliz.
Luego aparece una trapecista, se llama África, es una mujer bella y parece volar sujeta de unas telas, pienso en el “Vuelo del Cóndor” de Valdelomar y tengo miedo de que se lastime. El número felizmente se termina y aparecen unos canes amaestrados, después de nuevo la chica bella, esta vez con otro traje y con otro nombre, tal vez es su hermana gemela, hace un número distinto, no existe red ni nada que la proteja, se la ve más bella con ese color de traje. Otra vez aparecen los payasos y me da risa su risa, sus enormes zapatos y las cosas que dicen.
Pero la atracción principal es Ñoño, por eso dejan el número para el final, Ñoño, ese personaje regordete, entrañable y querido, el niño rico de la vecindad del Chavo del ocho. Aparece un personaje vestido de Ñoño es idéntico, un clon perfecto, dos guapísimas mujeres que descubro son las trapecistas y que en realidad si eran dos, creo que son gemelas, lo traen tomado de la mano, Noño camina lento y no sé si es para hacernos creer que en verdad es él auténtico o que en realidad lo es y por su edad y su peso camina de esa manera. Los niños se ponen de pie, lo aplauden, el gordinflón agradece, canta y habla como Ñoño. La gente esta maravillada, invita a unos niños a la pista para hacerlos bailar, les regala unas entradas y hace unos chistes. Luego agradece y dice que sólo le faltaba conocer dos ciudades de Perú y que luego se irá para ya no regresar porque quiere estar cerca de su familia. Agradece por haberlo seguido tantos años.
Invita a tomarse una foto con él a quienes quieran por una módica suma de diez soles, la gente hace una cola larga de inmediato. La función ha terminado, salgo pensativo y dudando si en realidad era el verdadero Edgar Vivar y me siento un poco tontuelo, al final es la magia del circo.
Le pregunto a una mujer joven al salir si en verdad era el verdadero Ñoño me dice que sí, esta impresionada, sigo caminando y le pregunto a un hombre de abrigo que sale lentamente del circo, escucha mi pregunta y se ríe abruptamente sin contestarme. Yo me sonrojo y pienso que circo ha reavivado el niño que en mí dormía.