Hemos heredado la razón del nuestros padres, quienes a la vez heredaron la razón de los suyos y así por generaciones hasta llegar al inicio. Hemos tomado del mundo todo lo que hallamos, piedras para hacer caminos, casas, paredes como pircas fuertes. Hemos tomado de los árboles sus frutos para nuestra hambre, sus troncos para hacer muebles de vida como un ropero o de muerte como un ataúd o simplemente leña para refugiarnos del frío en cualquier parte.
Todo lo que nos fue dado fue prestado, somos inquilinos de este mundo y hemos olvidado las lecciones de nuestros abuelos cuando nos hablaban de los pájaros y las flores, de los peces y los ríos, hemos olvidado que el mundo que habitamos también le pertenece a aquellos que no han llegado y que vendrán mañana y en días sucesivos de generaciones posteriores.
Poco nos hemos detenido para escribir lo que nace del corazón, las angustias o alegrías en trozos de papel aunque solo fuera para después lanzarlos al viento y esperar que el huracán del tiempo los lleve hasta algún lugar donde alguien algún día pueda leerlos. Escribir un libro es perennizarse, eternizarse tras el tiempo, sobrevivir mañana cuando el cuerpo físico se haya abatido en un sueño infinito. Escribir un libro es dejar un legado para el mañana y revivir cada vez que se lo lee aunque ya no estemos para verlo ni podamos saber cual fue el efecto que causó en el lector. Escribir un libro es redimirse en un mañana a donde los días llegarán sin ausencias ni soledad.
Pero es más sencillo sembrar un árbol, apenas lleva unos minutos y el espacio deshabitado de árboles en el mundo es tan extenso que siempre encontraremos un lugar, sembrar un árbol es dejar oxígeno para un mañana, dar cobijo a las aves que un día llegarán, es devolverle al mundo un poco de lo que le quitamos, sembrar un árbol es una manera de dar vida y otras especies nos lo agradecerán, otras especies que quizás no podemos ver desde nuestra humana altura, sembrar un árbol es dar vida a la nada de un soplo y el mundo se va alegrar. La vida continuará indefinidamente aún cuando nuestra más larga ausencia no nos permita ver ese mañana.
Pero de las tres cosas tener un hijo puede ser la más larga continuidad de la vida. Un libro puede escribirse y guardarse en un estante indefinidamente, luego de ser escrito el libro abre sus alas y vuela al infinito de la eternidad. Un árbol crecerá con la intemperie de los días, con las lluvias del invierno y florecerá en primavera para renovarse en otoño hoja a hoja hasta cambiarlo todo. Un hijo deberá crecer sin la intemperie del árbol y con la fragilidad de un libro, abrigarse del invierno, protegerse del otoño y sonreirá en la primavera y el verano, un hijo es la vida prolongándose más allá de nuestra tristeza porque hará de ella una alegría, secará las lágrimas de tristeza para reemplazarla con otras de alegría. Un hijo es el canto de hoy y del mañana tomado de una mano hasta un parque donde vuelan las mariposas y susurran las aves su agrado.
Tener un hijo es dejar a la vida nuestros ojos para ver las piedras de los caminos, nuestras alas para verlo volar, nuestras tardes más tristes para que las lancen al mar, nuestra sangre y los latidos para verlo jugar en la mitad de una mañana lleno de felicidad.
Tener un hijo es la canción anegada en la lluvia de una tarde de invierno, y las estrellas en la noche dibujando silencios.
“Mientras crezca tu vientre en la casa silenciosa que habitamos yo espero, espero el día de poder ver su primera mirada para explicarle que el mundo es un lugar a donde lo trajimos por amor”.