La niñez es una de las etapas que está enmarcada en pureza y castidad, la religión suele ser un fundamento que mueve a la virtud y que dirige y rige la vida de los niños. Cada trece de mayo, era una costumbre arraigada en Cajamarca ir hasta el altar de la Capilla de Santa Apolonia a cantar a la Virgen María esa tonada angelical que no solo salía de las gargantas pueriles, sino que además brotaba del alma.
El 13 de mayo la Virgen María/ bajó de los cielos a Cova de Iría Ave, ave, ave, María/ A tres pastorcitos, la Madre de Dios/ descubre el misterio de su corazón Ave, ave, ave, María/…
Y claro con sus respectivos (bis), esas repeticiones que empezábamos a añorar. No era raro encontrarse con otras caravanas de niños subiendo o bajando de la escarpada colina mientras el viento de las tardes ochenteras arreciaba y la ciudad llena de techos de teja aguardaba al pie de esa vista maravillosa; un ciudad silenciosa, sin ruido, tan callada que hasta parecía deshabitada.
En la actualidad se ha desvirtuado esa esencia, entre los escandalosos bailes de discotecas, con los ritmos estrambóticos y desmesurados que viven a diario la gran mayoría de jóvenes la religión se ha convertido en un acto escaso y raro. La gran mayoría de personas no saben qué es religión, desconocen que Dios no es ese ente castigador que va a pedir cuentas tarde o temprano, la religión se ha convertido, muy a pesar nuestro, en un pan que cada día menos hombres prueban.
La pérdida de la fe ha devenido en un mal que se ha expandido por el mundo, cada vez hay menos católicos y lo peor no es que se vayan a otras religiones; lo peor es que el mundo se está llenando de gente sin religión, de hombres y mujeres vacías. Lo peor es que estamos cada vez más solos por esa falta de creer en algo.
El hombre occidental, moderno e intelectual, en su gran mayoría no se plantea el sentido de la vida, simplemente ha llegado a aceptar la idea de que la vida no tiene ningún sentido. Niega a Dios, la razón es incompatible con su existencia, pero no posee ninguna explicación alternativa. La muerte es el fin y con eso se conforma. Hace poco, en un programa de radio, escuché a una mujer preguntar: “¿No hace falta más fe para creer que este mundo ha surgido de la nada?”. En efecto, no creer en Dios también es un acto de fe. Lo cierto es que el hombre necesita creer en algo, necesita que las cosas tengan su explicación. Así, resulta que muchos no creyentes se muestran absolutamente convencidos de que los fantasmas existen, o los ángeles, o los seres demoníacos, o los extraterrestres, los maleficios, los conjuros y demás asuntos no probados científicamente y que requieren, por tanto, su dosis de fe.
¿Será por eso que la virgen ya no baja los 13 de mayo aunque miles la esperan en un acto de fe? Creemos más en el viernes 13 que en María, nos hemos desconectado de nuestra misma esencia y del universo, somos como un celular al que se le ha terminado la carga.
Una vieja canción llamada María de mi niñez decía cosas que hoy se han hecho realidad, será por eso que ya no la cantamos como antes:
Después fui creciendo, fui creciendo/ y eché en el olvido mis oraciones/ llegaba a mi casa disgustado y cansado/ y de hablarte nunca me acordaba/ anduve dudando hoy recuerdo/de cosas divinas que me enseñabas/ y en mí estaba muerto aquel niño inocente/ mis caminos de ti se alejaban.