Celendín se ha vestido de luto, las calles se han llenado de silencio para despedir a aquellos que fueron en busca de un sueño. Es imposible hablar de ellos sin evocar las alegrías de los domingos recientes, imposible callar la felicidad que dieron desde los campos a donde fueron esculpiendo el nombre brillante de la gloria.
El bus que trasladaba al equipo de San Cayetano cayó a un abismo y con él cayeron las esperanzas de un pueblo, no solo un bus cargado de ilusiones y de hombres rodó esa noche, sino que con él fueron al abismo la alegría de una provincia, de una región y de un país.
Muchas cosas pudieron evitarse y ese dolor abre la herida de un pueblo, hoy la desolación se va por las calles, sube las aceras trepa las puertas, las ventanas, agrieta los balcones y va tomando los tejados y sigue hasta alcanzar las nubes. Nada puede frenar esta tristeza. Nada va a devolver la risa a quienes quedan con la angustia de compañera, adormecidos bajo el letargo de la pena. Pudo evitarse pero nadie hizo caso. Hoy Celendín llora esta ausencia.
La tristeza se desliza por la mirada de todos, la tarde misma está vestida de silencio, solo el llanto es una bandera que se agita en la inmensidad de la nada. Fueron en busca de un sueño y no pudieron encontrarlo, fueron en busca de la felicidad y les fue negada.
La tragedia que hoy sacude el alma de los celendinos fue anunciada, pero la irresponsabilidad de quienes debieron velar por el orden fue más grande, la indiferencia de autoridades que debieron proteger fue una sombra que se acostó en sus corazones y hoy un vestido de llanto y de tristeza amortaja este jueves.
El Perú es la patria herida por las actitudes irresponsables de quienes la desatienden. El Perú es esa bandera que se agita entre el silencio de quienes tienen que callarlas negligencias de las autoridades. La vida se va y no vuelve, no regresarán las tardes idas, los gritos de gol… los aplausos o las tristezas por haber perdido. Todo termina con este silencio.
Nadie va a devolver lo que se ha perdido en esta tarde, nada va a cambiar este camino de pena por el que regresarán quienes tienen que dejarlos. El consuelo de la redención junto al niño de Pumarume llega como las olas, a pausas, en efímeras caricias. Nadie va a remediar esta angustia. El viento del olvido va llegando con látigo de pena.
Quienes fueron culpables de ese desacato serán juzgados por el tiempo, la memoria es frágil y olvida pero la historia no perdona, un día se hablará de aquellos que apagaron la risa de quienes lucharon por un sueño, de quienes buscaban a la esperanza, de quienes persiguieron un ideal por el que entregaron su vida.
El bus que trasladaba al equipo de San Cayetano cayó a un abismo y con él cayeron las esperanzas de un pueblo, no solo un bus cargado de ilusiones y de hombres rodó esa noche, sino que con él fueron al abismo la alegría de una provincia, de una región y de un país.
Muchas cosas pudieron evitarse y ese dolor abre la herida de un pueblo, hoy la desolación se va por las calles, sube las aceras trepa las puertas, las ventanas, agrieta los balcones y va tomando los tejados y sigue hasta alcanzar las nubes. Nada puede frenar esta tristeza. Nada va a devolver la risa a quienes quedan con la angustia de compañera, adormecidos bajo el letargo de la pena. Pudo evitarse pero nadie hizo caso. Hoy Celendín llora esta ausencia.
La tristeza se desliza por la mirada de todos, la tarde misma está vestida de silencio, solo el llanto es una bandera que se agita en la inmensidad de la nada. Fueron en busca de un sueño y no pudieron encontrarlo, fueron en busca de la felicidad y les fue negada.
La tragedia que hoy sacude el alma de los celendinos fue anunciada, pero la irresponsabilidad de quienes debieron velar por el orden fue más grande, la indiferencia de autoridades que debieron proteger fue una sombra que se acostó en sus corazones y hoy un vestido de llanto y de tristeza amortaja este jueves.
El Perú es la patria herida por las actitudes irresponsables de quienes la desatienden. El Perú es esa bandera que se agita entre el silencio de quienes tienen que callarlas negligencias de las autoridades. La vida se va y no vuelve, no regresarán las tardes idas, los gritos de gol… los aplausos o las tristezas por haber perdido. Todo termina con este silencio.
Nadie va a devolver lo que se ha perdido en esta tarde, nada va a cambiar este camino de pena por el que regresarán quienes tienen que dejarlos. El consuelo de la redención junto al niño de Pumarume llega como las olas, a pausas, en efímeras caricias. Nadie va a remediar esta angustia. El viento del olvido va llegando con látigo de pena.
Quienes fueron culpables de ese desacato serán juzgados por el tiempo, la memoria es frágil y olvida pero la historia no perdona, un día se hablará de aquellos que apagaron la risa de quienes lucharon por un sueño, de quienes buscaban a la esperanza, de quienes persiguieron un ideal por el que entregaron su vida.