El comando senderista, cansado de su necia lucha y al ver que la gran mayoría de su cúpula se encuentra condenada a largos años de prisión ha quedado en el mayor desamparo, por eso su última carta por jugar fue pedir la amnistía por sus crímenes cometidos, el perdón definitivo como último recurso, como si los años de terror vividos en nuestra patria se pudieran olvidar tan fácilmente, como si los más de treinta mil muertos pudieran olvidar que están muertos y volver a su vida cotidiana, como si los huérfanos, hoy envejecidos prematuramente, pudieran volver a su infancia y retomar la felicidad arrebatada a bombas y balazos.
No creo en el perdón ni en el olvido para una pandilla de asesinos. La comisión de la verdad y reconciliación nacional fue clara y contundente en sus miles de casos investigados. Los derechos humanos se violaron como en pocos países civilizados del mundo y las violaciones se cometieron desde ambos flancos, los terroristas y el Estado, aunque más bien deberíamos decir los subversivos y el Estado porque en resumidas cuentas ambos fueron grupos terroristas que sembraron en el país el miedo, odio y violencia.
Los criminales de ambos bandos no merecen perdón, deben ser juzgados por igual. Un asesinato es un asesinato aunque se lo cometa con autorización u orden del Estado. Quizás eso no entiende la iglesia católica quien representada por un señor de mirada dura también ha pedido perdón para los que asesinaron vilmente en nombre de la paz del Estado Peruano. Quizás por eso ese hombre aprovecha las homilías para fungir de mediador entre el Estado y la absolución de los miles de crímenes y asesinatos que también cometieron los soldados del ejército con licencia para matar sin juzgar a civiles inocentes sin un previo juicio real y verdadero.
Tampoco se puede esperar menos de un tipo que introdujo micrófonos en biblias con el pretexto de predicar cuando la residencia de la embajada japonesa había sido tomada por un grupo de sediciosos. Cuando los emerretistas secuestradores fueron asesinados y rematados en los túneles por los que él ejército hizo la toma, las lágrimas de cocodrilo de Cipriani solo fueron parte del show, el obispo ayacuchano se perfilaba como un candidato del dictador Fujimori para ser el jefe máximo de la iglesia católica en el Perú… Esas lágrimas falsas no eran de dolor sino de felicidad. Fujimori tenía todo el poder y le sería fácil tratar con el vaticano.
No creo en el perdón ni el olvido, subversivos y soldados deben ser juzgados por igual. Los otros, esos lobos infelices vestidos con piel de oveja que por estar en quehaceres políticos descuidan el manejo de su iglesia, los otros soldados de sotana y de discursos políticos serán juzgados por su conciencia si es que aún les queda un poco, porque la iglesia desconoce mucho de la verdad oculta en esas túnicas blancas, esas negras verdades que se ocultan bajo el nombre de Dios.